Rubén salió a cazar, como cada domingo. Costumbre que desde tenía uso de razón su padre le enseñó. Pero las cosas habían cambiado mucho tras su muerte. Incluso el bosque no parecía el mismo. No tenía el mismo encanto, ni la misma magia que cuando iba a cazar con su padre. De lo que no tenía idea alguna era que Rubén se encontraba caminando entre los muertos.
Había escuchado por boca de compañeros de su padre que el bosque estaba encantado por unas temibles criaturas que no sabían que podrían ser. Pero si bien es vedad que las sombras cernían el lugar. Rubén era valiente y no temía a nada. El miedo era para los cobardes. El era capaz de vencer a cualquier criatura que se interpusiera en su camino.
Siguió caminando desviando de su mente que los comentarios que se oían fuesen verdad. El no creía en ello.
La noche anterior había estado lloviendo y la tierra se encontraba húmeda y pegajosa. El caminar se hacía más cansino y las pisadas se convertían en pasos más lentos. Cuando en su pie sintió como el crujir de una rama había pisado. Bajo la mirada y sus ojos se agrandaran al comprobar que un flácido brazo le había agarrado por la pierna, sin soltársela. Los disparos de su arma no hicieron más que producir ruido y humo en la atmósfera, mientras Rubén se hundía bajo tierra.