Me llamo Ananda. La única hija del jefe de la tribu hindu «Rudras». Temidos por muchos por nuestros ataques de cólera y por ser seres de las altas montañas.
Mi hermano mayor, falleció en combate, luchando como un gran guerrero, siempre al lado de mi padre. Mi hermano, tenía un gran apoyo en nuestro padre, a quien consideraba un gran jefe y fiel maestro en el arte de las enseñanzas de la lucha y de las enseñanzas del día a día de todo hombre varón. Por el contrario, a las mujeres se nos tenía prohibido saber utilizar el arte de la lucha, el de saber defendernos. Nuestro objetivo; brindar por la seguridad del hogar, el de conseguir un marido entre las mas jóvenes y velar por los hijos en el hogar.
Por otro lado, las mujeres de la aldea, asumían sus quehaceres como algo habitual y a ninguna de ellas se le hubiera pasado por la cabeza cualquier interés relacionado con la lucha, excepto a mi.
Desde muy niña veía como mi padre enseñaba a mi hermano. Al saber que yo no tendría ese derecho, empecé por las noches a escaparme en el claro más oscuro. Y practicaba horas y horas con la espada de mi hermano, que cogía prestada, sin el percatarse. Cada paso, cada movimiento lo memorizaba para luego, por la noche, practicarlo. Nunca sabré si fui observada o no. Lo único que sé, es que gracias a mi interés por saber manejar una espada, ahora me puedo defender sola.
Después del fallecimiento de mi hermano, a mi padre el mundo se le vino abajo. Lamentando una y otra vez por no haber engendrado más hijos varones y tenerme a mí como única hija.
Nuestra tribu se encontraba de luto. La muerte inesperada de mi hermano había ocurrido sin estar preparados para asumir una pérdida tan grande. Incluido para mi. Por otro lado, una ira iba creciendo en mi interior. Una ira por la muerte de mi hermano y por nuestros enemigos, que nos atacaron por la noche, sin estar preparados.
Una venganza rondaba por mi cabeza noche tras noche, trazando un plan para atacarlos, sin que me descubrieran. Pero esas ideas se veían borradas de mi mente, cuando regresaba a la realidad y veía a las mujeres, indefensas y a los varones, los únicos con el derecho a asumir la responsabilidad de aprender a luchar.
No era justo, aunque la palabra justicia nunca había entrada en nuestro vocabulario. No existe justicia. Solo luchar contra tu enemigo, donde solo uno podía sobrevivir. La supervivencia era la base de todo. Siempre había sido así.
Aprendí por mi cuenta a defenderme, ya estaba bien de que las mujeres no debíamos luchar o aprender a defendernos. Mi ira aumenta, mi rabia acumulada era mayor cada día que transcurría.
Transcurrido un mes del fallecimiento de mi hermano, me armé de valor para hablar con mi padre. Quise demostrar mi valía con la espada, obtener la confianza de mi padre, pero este no me creyó. No creía en mi agilidad con la espada ni tampoco confiaba en mi, como lo hubiera hecho si hubiera sido un varón.
La rabia me consumía, con una ira que aumentaba a cada paso. Después de una calurosa conversación, sin llegar a ningún lado, me monté encima de mi caballo, cogiendo la espada de mi hermano y cabalgué a toda velocidad en busca de la cabeza del enemigo. Solo así obtendría la confianza de mi padre.
Me iba a vengar de la muerte de mi hermano. Solo regresaría al poblado, si conmigo traía la cabeza del enemigo. Aunque mi padre intentó evitarlo y mi vi el miedo reflejado en los ojos de mi madre. Decidí enfrentarme, sin mirar atrás.
Cabalgué día y noche, hasta que, por fin, llegué a territorio enemigo. Oí sus risas maléficas, Vi sus rostros y recordé a uno de ellos, en especial. Recordé fragmentos de la lucha, de aquella noche trágica para nuestro poblado. Sí, lo recuerdo, puedo afirmar que era el…Su cabeza sería mía y entregada a mi padre.
Me escondí entre unos matorrales, con el silencio de la noche a nuestro alrededor. Mientras esperaba a que todos hubieran entrado en sus tiendas, mi mente planeaba un plan.
Observé que estaban celebrando una victoria. Alrededor del fuego reían y sorbían. Apenas se podían mantener en pie, habían llegado a un límite de que para nada estaban sobrios. No tardaron en ir retirándose a sus tiendas. El último que quedó afuera terminándose su bebida era el que yo deseaba enfrentarme a el.
En su estado me sería mas fácil luchar, mis sentidos estaban en alerta, y dispuesta a luchar. En cambio mi enemigo iba demasiado bebido y apenas mantenía el equilibrio, ventaja que me daría.
Cuando se disponía a irse, mi caballo se removió de ente los matorrales, haciendo un poco de ruido, Entonces, vi como avanzaba en mi dirección. Preparé mi espada, me puse en posición y esperé su llegada.
Cuando estuvo a pocos metros de mi, me miro, sin comprender y una risa salió de su garganta, enseñando unos dientes amarillentos y sucios. Su cara se transformó cuando se dio cuenta de que no iba de bromas. Emprendí la batalla y vengar la muerte de mi hermano.
Empezamos a luchar. Por suerte, mi agilidad y mi forma de luchar no se podían comparar con la suya. Tenía ventaja sobre el. Seguía sin apenas mantener el equilibrio, debido a tanta bebida consumida. Me facilito las cosas. Cuando lo tuve más cerca, nuestros cuerpos se tocaron, cruzando de lado.
En ese preciso instante me hirió en el brazo, aunque yo seguí luchando con la agilidad de la espada, sin pensar en el dolor. La ira era mayor. Cuando en nuevo cruce de espadas, quedamos quietos unos segundos, y rápidamente me deslicé por su lado contrario al que el esperaba y mi espada aniquiló a mi rival, mientras veía rodar su cabeza por el suelo.
Había cumplido mi promesa de vengarme. Subí a mi caballo y, aunque me encontraba malherida del brazo. cabalgue con todas mis fuerzas colina arriba, recorriendo el mismo camino por el que había venido. Hasta que tras unos días de cansancio, llegue al poblado, donde mi madre fue la primera en verme y avisar a los demás.
Llevaba conmigo la cabeza de mi enemigo que hice rodar por el suelo, entregándola a mi padre. Mi padre enmudecido, sorprendido por lo que yo, aún siendo su hija, era una mujer. Había podido lograr. A partir de ese día, conseguí el respeto de mi padre y su confianza. Las mujeres tuvimos el derecho a saber utilizar una espada para saber defendernos del enemigo.
Qué excelente reinvención del mito de Judith, Neus. Saludos
Me gustaMe gusta
Me alegro que te haya gustado!. Un saludo 🙂
Me gustaMe gusta