El silencio de los corderos era aterrador. Por las noches la gente del pueblo se resguardaba en sus casa para no ser vistos por las sombras que pululaban cerca de su ganado. De sus tierras. El último en ir a por el ladrón o zorro, nunca se supo que o quien era en realidad, nunca más se le volvió a ver. Así como salió al rescate de su ganado, desapareció. La noche hizo desaparecer a uno de de los vecinos. Nunca más se ha sabido de él. La búsqueda duró mas de cuarenta ocho horas. Dos días intensos sin parara. Haciendo rondas rotativas, en busca de alguna pista, de algún indicio o señal de vida. Las esperanzas fueron desvaneciendo al pasar una semana y éste sin aparecer.
Algunos dicen que la tierra se lo tragó. Otros, en cambio, que la noche está maldita. Por últimas están los que sospechan de las sombras que algunos han visto y ahora todo el pueblo está aterrado de intentar salir por la noche. Se esconden en sus hogares, a la espera…¿a la espera de qué?. El silencio se ha convertido junto a la noche en una de sus peores pesadillas. El silencio de los corderos es contagioso. Hasta los animales perciben un mal que les hace enmudecer y evitan emitir sonido alguno.
Unas semanas más tarde…Anika miró su reloj de pulsera cuando se percató de que pronto anochecería. Se dirigió rumbo a su casa, cuando oyó a su madre desde el balcón, llamándola.
Anika caminaba con pasos rápidos, cuando la punta de sus pies casi tropieza con lo que parecía ser una piedra o trozo de rama gruesa. Pudo mantener el equilibrio, pero lo que no pudieron evitar ver sus ojos color miel, el cuerpo inerte y sin vida de su vecino. El chillido que emitió fue escuchado por todos y sus labios quedaron sellados por una amapola en sus labios.