Se hacía llamar Billie Jean. Los que lo conocían sabían que poseía tres cualidades muy dispares en un chico de su edad. Mientras a sus amigos les gustaba jugar al fútbol y demás deportes de acción. Lo que Billie Jena le gustaba era baila, cantar y componer sus propias coreografías, para interpretarlas en solitario, en su habitación. Siempre a escondida de sus padres.
Su padre, era un hombre fuerte y desde siempre había sido un hombre muy deportista. Cualidades que quiso aplicar a su hijo, en vano.

Cuando oyó por primera vez a su hijo cantar lo que había compuesto mientras bailaba a su vez una de las coreografías. Sus ojos se agrandaron de tal forma, sin dar crédito a lo que estaba observando. Su hijo, su único hijo varón. Al que siempre creía que llevaba sus genes de deportista y en cambio los había desarrollado en un deporte como el baile. El padre de Billie Jean, no asimiló el hecho de que su hijo no fuera como él.

Billie Jean recordaría ese instante en que su padre lo observó con esa mirada de desagrado durante todo su vida. Entonces comprendió que su padre lo entendería. Billie Jean llevaba el baile y la música en las venas. Era lo que le hacía vivir. Hay formas de vida; esta era una de ellas para él. La gente como su padre no lo entendería nunca. Acostumbrados a que los chicos deben seguir los mismos pasos y gustar los mismos deportes. Billie Jean era la excepción.

Un día un carruaje de músicos y bailarines pasó cerca de donde residía. Al verlos se acercó a ellos. El director al verlo bailar, se acercó a Billie Jean y le ofreció trabajo como bailarín y cantante. Desde ese momento, Billie Jean emprendió una nueva vida.

Anuncio publicitario