Los encapuchados pertenecían a una secta de la que era fácil entrar en ella pero muy difícil salir.
—¡Soltadme!, malditos. —exclamó Andrea. No estaba asustada ni sollozaba. Se encontraba furiosa. Indignada por no poder haber escapado a tiempo. Pensaba en el esfuerzo que Robert había hecho por salvarla, teniendo en cuenta que su pierna todavía no se encontraba al cien por cien recuperada. Lo veía cojear, a pesar de no comentar nada. Conocía el orgullo de los hombres frente al dolor.
—¡Sois unos cobardes! —exclamó mientras los miraba a los ojos cubiertos por las capuchas oscuras.
—¿Por qué osas insultar, mujer? —preguntó el jefe de la secta con una voz grave. —Te crees muy valiente.
—¿Por qué no os quitáis las capuchas? —preguntó —
—No es de tu incumbencia —le respondió seriamente uno de ellos. —No se debe hacer preguntas al supremo. Nosotros somos sus sirvientes y fieles seguidores. —añadió otro de ellos.
—Así es —afirmó el jefe de ellos mientras asentía con la cabeza.
El supremo mandó callar a todo el mundo mientras miraba firmemente a Andrea. Andrea cuando se encontraba nerviosa y furiosa, era una de esas personas que no podía parar de hablar y de interrogar para sonsacar información que le pudiera ser de utilidad. Pero no era el caso. Nunca se había encontrado en una situación como en la que se estaba y no sabía cómo iban a reaccionar.
El supremo le ofreció un vaso del color del vino para que bebiera de él. Andrea lo miró a los ojos, interrogando con la mirada.
—No preguntes y bebe. —te hará sentir mejor. —respondió el supremo.
Andrea por una vez no insistió y bebió un sorbo. Tenía la garganta seca, por ello no le importó si sabía amargo o por el contrario era dulce. Aunque para ser vino, sabía muy distinto. Prefirió no preguntar y guardarse sus preguntas para otro momento.
De fondo los sectarios empezaron a recitar una plegaría en un idioma que ella desconocía. Lo oía repetidas veces, hasta que al cabo de un rato empezó a sentirse cansada y sin apenas darse cuenta, Andrea terminó cayendo en un profundo sueño, mientras los de su alrededor seguían con su letanía.
Tumbaron con delicadeza a Andrea en el suelo, encima de un especie de colchón, mientras esperaban que sus letanías llegaran a su Espíritu y abriera su corazón a su Divinidad; el mal.
El supremo tenía una vaga esperanza de que aunque estuviera dormida, el antídoto que le había dado hiciera efecto en ella. El aroma a incienso aún podía olerse en el ambiente, de fondo los cánticos de sus fieles. Cuando terminaron de cantar, se fueron cada uno a sus aposentos, dejando sola a Andrea en el santuario.
Era de noche profunda cuando Andrea abrió los ojos. Se incorporó, mirando a ambos lados y guiada por su instinto empezó andar, sin saber en qué dirección. Tan solo se preocupó por andar, mientras tocaba y ojeaba cada rincón de la estancia. Andaba sin temor a ser vista, como quién camina por su propia casa. Despreocupada.
En una de las paredes observó que una pequeña palanca sujeta a la pared parecía moverse. La sujetó, se inclinó hacía arriba y sus ojos vieron como la puerta de la iglesia se abría, dando la oportunidad de emprender el camino a la salida.
Una vez fuera, encontró otra palanca igual. La inclinó en sentido contrario y la puerta se cerró. Dejándola libre.
Y por la noche abre los ojos y empieza a caminar, encontrando la entrada secreta que da fuera de la iglesia
con dos trozos de leña empieza a frotarlos para conseguir fuego, hasta prender la mecha que le lleva a incendiar el lugar, con los sectarios dentro de él.
—¿Dónde estoy? —preguntó mirándose las manos y la ropa, aturdida. Se frotó los ojos y comprendió que sin saber cómo había salido del lugar, cuando se encontraba en su fase de sonámbula. Por primera vez en mucho tiempo dio las gracias por ser sonámbula.
Empezó a correr, intentando recordar el camino hacia la orilla por el que había venido. A oscuras era difícil.
—¡Fuego! —exclamó. Son señales de humo. ¡La tripulación está haciendo señales!.
Meditó pensando en que si habían hecho señales es que habían encontrado leña para poder hacer fuego y si así era…
Tenía en mente una idea algo descabellada. Pero si no la ponía en práctica no se libraría de los sectarios. Era su vida o la de ellos. Rebusco por el camino hasta encontrar dos pedazos de lecha con los que empezó a practicar su plan. Estuvo un rato, que le fue eterno. Pensando en darse prisa para que no se dieran cuenta de su ausencia. Entonces pudo ver cómo prendía calor en sus manos. ¡Lo había conseguido! El primer paso estaba hecho. Ahora viene lo más complicado. Acercó el fuego a la iglesia mientras hacía un recorrido hacía su interior. El fuego se expandió y vio con sus propios ojos cómo la iglesia prendía fuego a los sectarios dentro de ella. Sin que éstos pudieran salvarse. Andrea echó a correr en dirección a las señales de humo de la tripulación.
La continuación semanal. Seguir leyendo en https://rinconsuenminoe.com/2023/01/02/el-crucero-by-neus-sintes/
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