En Inglaterra existía una casa victoriana de la época feudal que sin saber cómo, aun se mantenía en pie. Otras de los edificios tuvieron que ser reconstruidos y en ellos crearon nuevas infraestructuras, de mayor resistencia. Con los años el material era más nuevo y duradero. Pero la única casa de todas que aún se mantenía en pie desde años atrás, era esa en particular. Llegaron a los oídos de la gente que vivía mas cercana a ella, que esa casa estaba maldita desde su época. Otros, hablaban de que podría haber fantasmas o espíritus y que por ello se encontraba maldita. Había muchas versiones, pero solo una era cierta.

—¡Mamá, Mamá! —exclamó Sophie a su madre.
—¿Qué quieres? —preguntó su madre, atareada con las cosas del hogar.
—¿Los fantasmas existen? —preguntó a su madre
—¡Pues claro que no, hija mía! —exclamó sin darle importancia. A sabiendas de que intuía que lo habría oído del vecindario.

Su madre dejó sus quehaceres y la hizo sentar en su regazo. Mientras le explicaba que los fantasmas solo existían en nuestra imaginación. Pero en la realidad los fantasmas no existen.
—Entonces mamá ¿por qué se habla de ellos como si de verdad fueran reales?
—Porque la gente tiene mucha imaginación. —le respondió. Mientras pensaba que muchos deberían cerrar la boca delante de niños pequeños.
Sophie abrazó a su madre y se fue a jugar, más tranquila.

Sohpie conocía la versión de su madre y se encontraba más tranquila para poder volver a jugar al escondite con sus amigos. Al ver la casa abandonada, decidió entrar, esconderse allí parecía un buen lugar. Nadie la encontraría. Después de deambular por la casa, en las escaleras una forma transparente que se movía.
Quedó mirando la forma moverse, mientras la observaba. Era de su misma estatura. Era un niño. Un niño sin huesos. ¡Un fantasma!.
—¡No grites, por favor! — le suplicó. Eres la primera persona que he visto hace muchísimo tiempo. Te contaré mi historia y del cómo no he podido pasar la luz que me llevaría al otro mundo. Prométeme no contar a nadie que me has visto.
Sophie aún desconcertada, asintió. A raiz de entonces surgió una bonita amistad entre ellos dos.