Sebastián era conocido por ser tan buena persona como cura en su profesión. Siempre ayudaba a los más necesitados y escuchaba los pecados de los pueblerinos, cuando éstos iban a confesarse en la capilla de la Iglesia. De carácter comprensivo y atento, siempre bien arreglado con su atuendo apropiado. Nadie hubiese imaginado que detrás de esa apariencia se escondía otra muy distinta.
Después de dar la misa y rezar algún que otro Ave María y demás plegarías. Se dirigió a la cocina donde cenaba con los demás sacerdotes, en silencio. Al finalizar cada uno recogía su plato y dando las buenas noches se dirigió escaleras arriba. Donde le aguardaba en su habitación su otro yo.
El Sebastián que todos conocían se convertía de noche en el cura del que todos se alejarían e incluso si se enterasen, bien seguro lo echarían de la casa del Señor. En su recámara guardaba celosamente un tríptico de «El jardín de las delicias del Bosco». Representando las placeres pecaminosos en la tabla central. El pecado es el único punto de unión entre las tres tablas.
Todas las noches era poseído por la lujuria de la que estaba exento. Entró en la vocación de cura siendo muy joven. Una infidelidad por parte de su ex-pareja le hizo meditar sobre su futuro. Y se convirtió en cura para evitar otro dolor como el sentir amor por una persona y luego ésta darte la espalda. Por ello decidió seguir el camino del Señor. Hasta que cierto día se encontró con el tríptico de las delicias del Bosco y fue entonces, cuando se dio cuenta del error cometido al convertirse en cura.
Desde hace un año que guarda celosamente en su recámara el tríptico que le hace recordar y no olvidar lo que se siente al sentir el placer, de nuevo, en las noches silenciosas. Esperando el día en que el Señor le castigue por sus pecados. Está pecando a ojos del Señor. Pero sus ansias, su sed de placer carnal es mayor que cualquier otro pecado que habite en la Tierra.
«Señor, he pecado. «