Los marineros seguían haciendo señales de humo. Otros se dedicaban a reparar los últimos ajustes del motor. En el centro de la playa se podía ver a los más jóvenes jugar en la arena, entretenidos correteando por la arena, como si estuvieran jugando al béisbol. Indiferentes del peligro del que estaban expuestos. Sin embargo los demás turistas, se les podía ver con un semblante más pacífico y sereno. Pero no todos compartían la misma tranquilidad. Se encontraba un grupo de hombres que aún seguían teniendo sus dudas.

—¡Mira como se divierten los chicos! —exclamó una de las pasajeras al ver a sus hijos jugar.

—Sí, a pesar del percance que hemos tenido, ellos son los primeros en saber disfrutar del momento. Deberíamos hacer lo mismo. ¿no te parece? —le respondió a modo de pregunta su marido.

—Tienes razón. —afirmó su mujer con una sonrisa en su rostro.

Uno de los pasajeros que había escuchado la conversación se acercó a ellos con pasos sigilosos.

—Yo no estaría tan tranquilo. Aquí parece que hay gato encerrado… —murmuró, mientras los observaba con un aire de pesimismo.

Robert pudo desatar a sus compañeros. Andrea movió las muñecas, sintiendo de nuevo la sangre circular por sus venas. Observaron el sitio donde se encontraban, hallando alguna manera de poder salir. 

—¡Mirad, una ventana! —exclamó Robert, dirigiéndose donde un destello de luz le indicaba que podría haber una salida por donde poder escapar. 

—¡Cierto! —afirmó Max. Con ayuda de tu navaja, tal vez podamos romper los barrotes que nos separan tras estas cuatro paredes. 

—¡Humm! —¿Estáis diciendo de colarnos por esa rendija? —preguntó Andrea, un tanto indecisa. 

—Será más fácil si la agrandamos un poco y así podremos salir —respondió Robert. 

Después de estar un rato intentando hacer un hueco más grande para poder pasar. Robert fue el primero en subir y comprobar si podían pasar. 

—¡Sí, podemos pasar por el hueco! —exclamó. 

—¡Venga!—animó Max a Andrea. 

Finalmente Andrea da el paso, pero el crujir de los barrotes rompe el silencio.

—¿A dónde creéis que váis? —preguntó uno de los sectarios.

—¡Robert, Max! —exclamó Andrea. Id a avisar a los demás. 

—Pero…—tartamudeó Robert. 

—¡Robert, corramos! —Andrea tiene razón. —afirmó Max. 

—Volveremos a por ti —dijo Max señalando  el puño hacía su pecho. 

—¡Tengo a la chica! —Iremos a por vosotros también. No escapareis de esta isla. —afirmó el sectario mientras retenía de nuevo a Andrea, llevándola a la fuerza con los demás, con la finalidad de hacerla parte de la secta. La de adorar al Diablo. 

Anuncio publicitario