Andrea no podía más. Se sentía angustiada , mientras de su rostro, lágrimas empezaron a brotar, sin poder evitarlo.Atados de manos a las sillas se entraban con la única luz que emanaba de las antorchas que había a los lados. 

 —¡No llores! —exclamó Robert al verla. —saldremos de ésta, ya lo verás. ¿no es verdad capitán? —preguntó mirando al capitán. Max tenía una mirada preocupante. Temía por su vida así cómo por su tripulación y sus pasajeros. 

—Suspiró —abatido. Sí, saldremos de ésta, desmoralizado. Tengo un cargo importante con todos vosotros. Como capitán me siento responsable. 

—¡Max! — tú no tienes culpa de nada. No te culpes, por que una tormenta nos haya arrastrado a esta isla desconocida y con la mala suerte de cruzarnos con “ello”, refiriéndose a la secta”. 

—Además, qué sabíamos nosotros de que estaría formada por una secta que colecciona huesos de humanos —exclamó Andrea, después de secarse las lágrimas.

—¿huesos? —preguntó Max, sin comprender. 

—Sí. Los vi en un cofre. Luego vi a Robert y fue testigo de lo que vieron mis ojos. Aún tengo grabado en mi mente la imagen que no puedo quitarme de la cabeza. —respondió.

Robert notó en uno de sus bolsillos que llevaba consigo su navaja multiusos. Intentó moverse de la silla, hasta caerse de lado, con la intención de poder coger de su bolsillo trasero el utensilio que tal vez podría salvarles de las ataduras. 

—¿Qué haces Robert? —preguntó Max

—Intentar desatar para poder librarnos de estas malditas sillas que atados nos tienen. 

—¡Qué listo! —exclamó Andrea, con la posibilidad de haber alguna escapatoria. 

—¡No perdemos nada! —Es el plan A. 

—Robert, debemos pensar en un plan B, mientras intentas desatar las cuerdas. 

—¡Tú puedes conseguirlo! —le dio ánimos Andrea. 

Mientras intentaba desatarse, Andrea se acordó de su abuelo. Su abuelo materno fue un héroe para ella. Había sido militar y luchado en varias batallas. Recordaba cómo de niña le contaba cada acontecimiento de lo que había vivido. Ella escuchaba con atención los peligros que se había tenido que enfrentar su abuelo y en lo que a raíz de lo mal que lo tuvo que pasar, llegó a convertirse en un militar de nombre conocido. 

¡—¡Lo conseguí! —exclamó Robert.

—¡Genial! —exclamó Andrea con un poco más de esperanza. —

Mientras en la playa un nuevo día sin noticias de su capitán y compañía. La buena noticia es que los de la tripulación habían podido reparar los daños, sobre todo los del motor. Aunque no podían partir sin su capitán, por lo que decidieron optar por hacer un pequeño fuego en señal de auxilio, con la esperanza de que algún barco les viera, mientras otros marineros intentaban contactar a través de radio, sin todavía ninguna señal.

Los pasajeros se encontraban menos asustados y más tranquilos sabiendo que pronto podrían volver a subir al barco, ansiosos por partir.