Los tres se miraron sin poder decir nada. Andrea tenía ganas de chillar y llorar pero no lo hizo. No conseguiría nada. Tenía que tener las fuerzas necesarias para poder pensar en cómo escapar. Max y Robert pensaban lo mismo. Sobre todo Max, que se sentía impotente al ser el capitán y ver en los problemas en los que había metido a su tripulación. Además, estaban el resto de pasajeros y marineros que no sabían nada. Y que seguro estaban pendientes de su llegada.  

Las capuchas negras empezaron a entonar un cántico mientras empezaron a andar hacía donde estaban atados los tres. Los rodearon haciendo un círculo mientras seguían entonando como si de una plegaria se tratara. Andrea tuvo tiempo de ver que llevaban todos la misma indumentaria. Todos con capuchas negras y sandalias marrones. Solo sus ojos podían verse, escondidos detrás de la tela que les cubría. 

Cuando terminaron, permanecieron de pie en la misma posición, a la espera de recibir al supremo. El silencio inundó la sala de nuevo. Al cabo de un rato los pasos resonaron, haciendo eco en la iglesia. Ante ellos había hecho su aparición el individuo, con capucha roja y tan flaco como los demás. 

Su sonrisa maléfica se hizo sonar en toda la iglesia. Mientras su mirada se dirigía primero a Max, seguido de Robert y Andrea.

—¿Qué hacéis en esta isla? —preguntó con un tono de voz grave. 

—Soy el capitán de un barco, con destino a Hawaii. Hemos aterrizado en esta isla porque la tormenta que hubo en el mar afectó al barco. Y hasta que no lo reparemos nos será imposible irnos. 

—¿Por qué debería de creeros? — respondió con desdén

—¡Porque es la verdad! —exclamó Andrea en un ataque de ansiedad. 

—¡Silencio! —ordenó. ¿Quién te mandó hablar, mujer?

Robert permanecía callado, mientras pensaba en las opciones que tenían si es que tenían alguna, para salir ilesos. 

—¡Eh, tú! —¿Tienes algo que decir? —preguntó dirigiéndose a Robert.  

—Estamos diciendo la verdad. No nos interesa vuestra secta o lo que tengáis montado en esta isla. Lo que queremos es irnos, terminar de reparar el barco e irnos. No pedimos nada más.—respondió.

—En barco… —quedó meditando el de la capucha roja, sin dejar de quitarles la vista de encima. Los murmullos empezaron a oírse entre los demás, hasta que el que dirigía la secta les mandó callar. 

—¡Silencio! — si no queréis que en huesos os convierta..

Andrea se acordó del cofre y su contenido y su rostro palideció. Miró de reojo a Robert y éste asintió con la mirada. Mientras Max, observa sin comprender a Robert y a Andrea. 

—¡Llevadlos al calabazo! —ordenó

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