El grito de Andrea resonó en toda la isla, o parte de ella. Llegando a los oídos de Robert y Max, que al oirlos fueron en su búsqueda. Robert enseguida supo que se trataba de Andrea. En el baúl encontró huesos que en su día pertenecieron a alguien. Andrea tuvo la intuición de que en ese momento no se encontraban solos.
Se le erizó la piel solo de pensar que ella podría ser una víctima más. El saber que no se encontraban solos era el comienzo de una pesadilla que solo había hecho más que empezar.
Max iba lo más rápido que podía para intentar localizar el camino por el que había escuchado el grito de Andrea.
—¡No te preocupes por mí, Max! —exclamó Robert, mientras seguía cojeando y yendo a un ritmo más lento.
—¿Seguro? —preguntó Max, preocupado.
—Seguro —afirmó.
Mientras Max y Robert iban al encuentro de Andrea. Los otros tripulantes del crucero quedaron a cargo de la responsabilizarse de que todos los pasajeros estuvieran en una misma área. Mientras otro de ellos realizaba una especie de tostadas con las provisiones que pudieron salvar de dentro del barco.
Max siguió por un camino por el que había oído el grito mientras Robert, un poco más lento se desvió por el otro camino.
Andrea seguía aturdida sin poder quitar la vista del cofre y sin poder ocultar de su mente lo que en él se hallaba. Al retroceder cayó de bruces contra la blanca arena, sin ver el tronco que se ocultaba sobresaliendo en ella.
—¡Andrea! —exclamó Robert al encontrarla en el suelo.
—Robert…—titubeó Andrea, sin dejar de mirar atrás.
—¿Te persigue alguien, Andrea? —preguntó extrañado al verla tan distraída.
—No. No me persigue nadie. Más bien soy yo la que huye de. —mientras le señalaba con la mirada horrorizada el cofre.
Max vio en el semblante de Andrea el miedo dibujado en su rostro. Mientras la cogía de la cintura para tranquilizarla le preguntó qué contenía.
—¿Acaso sabes lo que contiene?
—Huesos. Huesos de personas.—respondió muy seriamente. ¡Lo que daría por estar en el jardín de mi casa!.
Ambos siguieron andando en silencio, en busca de Max que los estaría buscando, mientras a lo lejos la silueta de una iglesia podía apreciarse de lejos. O bien, podía tratarse del cansancio o de alguna visión fruto del cansancio.
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