Mi afán por la aventura me hizo arrastrar por los senderos montañosos de la costa Oeste. Siempre me había considerado un trotamundos, que por motivo de trabajo me impedían echar el vuelo. Ahora tenía esa posibilidad. La de huir de la civilización, adentrarme en el Oeste. Pasé días y noches durmiendo en bancos o lugares lúgubres, compartiendo el suelo y alguna que otra tela
Me adentré en la Ciudad del lejano Oeste. O lo que quedaba de el. Se había convertido con el paso del tiempo en tierra arenosa, con recuerdos de cavernas que algunas dueños aún mantenían. Llegué con mi furgoneta a la primera gasolinera que encontré.
—¿Desea alguna cosa? —me preguntó con voz trémula al verme.
—Sí. ¿podría llenarme el deposito? — le pregunté sorprendido por la forma nerviosa que estaba tomando la conversación.
—¿Hacía dónde se dirige? —me respondió sin atreverse a mirar a los ojos.
—Hacia el pueblo que se encuentro cerca de estos lares. Eché una ojeada al mapa, indicándole a cual de ellos.
—¡Se dirige al Pueblo Maldito! — exclamó. Cuenta la leyenda que todos los que han ido allí, no han regresado, jamás.
Mientras me alejaba de la gasolinera, me acordé de sus palabras. ¿Qué querría decir?. Deduje de la muy supersticiosos que eran en esta parte del Oeste. La entrada en el pueblo me recibió con una suave brisa. Bajé del la furgoneta cuando mis ojos se encontraron con un paisaje solitario. No había nadie en las calles. El silencio se había apoderado del lugar.
Las calles solitarias indicaban que tal vez la gente se encontrase en la taberna. Percibí el olor al vino y a la carne fresca de la mujeres, mientras me las imaginaba danzando al ritmo de la música y provocando a la clientela para atraerlos hacia la taberna. Abrí las puertas de acceso, como cualquier otro vaquero de la época. Miré a ambos lados donde el camarero servía jarras de cerveza a dos hombres que estaban sentados en la barra. Al entrar, todas las miradas fueron en mi dirección.
Me miraban como quien ve un fantasma por primera vez. Los que jugaban a las cartas en la mesa del fondo, dejaron de lado el juego. El ambiente se estaba cargando. El primero en romper el hielo fue el camarero, situado detrás de la barra.
— ¿Le sirvo alguna cosa? —preguntó
—Sí. Una jarra de cerveza, por favor. —respondí.
—¿Qué hace por estos lares, forastero? —preguntó el hombre barbudo que tenía a mi lado.
—Solo estaba de paso. Me gusta viajar y conocer lugares. —respondí, siendo sincero.
Escuché unas risas detrás de mí. Procedían de la mesa de atrás. Uno de ellos no paraba de reír, hasta que su semblante se tornó serio y levantando de la silla se dejó ver. Dejé a un lado la cerveza, temiendo lo peor.
—Te has equivocado de lugar, forastero. —este es mi territorio. Has cometido un grave error al entrar en este lugar.
—¡No quiero peleas en mi bar! —exclamó una muchacha que salía de entre la cocina.
Era hermosa, con sus rizos dorados que le caían sobre sus hombros. Al verme, se sobresaltó. Parecía reconocerme de algo.
—Der…—se cubrió los labios, antes de terminar.
—Te reto a un duelo. Quien gane se queda con la muchacha.
—Aritz, ¡sabes que no podrás ganarle! —exclamó muy seguro de sí misma la muchacha.
—Muñeca, siempre hay una primera vez.
Me invadió un extraño presentimiento. Me encontraba preparado para enfrentarme a mi adversario, mientras a los lados de mi cadera, sentía el tacto de la pistola, con la que iba a disparar o ser disparado. El viento empezó a aullar en la plaza, levantando una extraño polvo de la arena que habitaba en el ambiente.. No sentía miedo alguno, por alguna razón me sentía seguro de mi mismo. La gente nos observaba desde diferentes ángulos.
Al disparar pude oír con todo claridad mi nombre de los labios de la muchacha
—¡Dereck! —exclamó.
—¡No digas su nombre! —o nunca podremos ver la luz, le advirtió un hombre del pueblo.
Aprete el gatillo a la misma vez que mi contrincante y entonces me percaté de que había disparado al vacío. El pueblo al igual que la gente desaparecía. Como si en bucle hubiera entrado o en otra dimensión.
Dereck se miró las palmas de las manos y éstas al igual que el resto de su cuerpo estaba desapareciendo. Vagaba por el pueblo maldito, junto con los demás. La maldición de los que no regresan era cierta. Se convirtió en un fantasma más. En un alma errante, Todos ellos eran almas, desde el primer momento en que Dereck había entrado en el pueblo maldito.