Sin rumbo fijo el caminante se adentraba en la espesa y densa cueva del bosque. Lo que no sabía es que, se encontraba bajo la atenta mirada de las sombras. A medida que caminaba, más y mas se adentraba bajo el poder del ojo que lo ve todo. Todo bosque alberga sus más aterradores secretos, atrapando e infundiendo temor a todo aquel que se adentre en su oscuridad.

Los brazos de los árboles acogieron al viandante, como quien se funde en ellos en un gran abrazo. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se detuvo, sintiendo la brisa acariciar su piel mientras el temor invadía su cuerpo. Ausente en sus pensamientos, se detuvo para ver hasta donde había llegado.

Se percató de que se había alejado bastante de su punto de partida. Ahora ya era tarde para dar vuelta atrás. Había anochecido y se encontraba aislado y sin poder ver más que las sombras que iluminaban su caminar perdido. Al levantar la vista, pudo distinguir cómo le envolvía un aura distinta, que por primera vez pudo percibir entre la maleza de la vegetación. Se sentía invadido por aquel misterioso bosque que lo atrapaba y consumía, sin darse cuenta.

Se apoyó en uno de los grandes árboles que lo habitaban y mientras cerraba los ojos, pudo sentir el peso del cansancio en sus hombros. Deseando en no volverlos a abrir.

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