El primer día me asombré por no decir que me asusté. Nunca la había visto, tampoco sabía quien era o había sido. Intuí que era el alma de alguien de nuestra familia. Muchas veces había oído mencionar a mi tía María, que nunca tuve ocasión de conocer, hasta hoy. Sabía de su existencia y de su historia por mi abuela. Era el vivo reflejo que aparecía en una de las fotografías que guardaba en su mesita de noche. Era el vivo retrato.
Fui a mirar de nuevo la fotografía de Tía María y luego sentada en la silla, seguía. Me observaba con parsimonia, como si quisiera decirme algo. Estaba viendo su alma. Nunca lo dije a nadie de mi familia. Pero desde ese día muchas son las ocasiones en las que me encuentro a Tía María en el mismo lugar. Desde entonces he querido saber más de ella. Gracias a mi abuela, ahora sé más de de su historia y el del que por qué todos siempre me dicen que me parezco a ella…