Daniel era un joven aventurero, en busca de aventuras que contar a sus hijos y estos a sus nietos. Se había ido a los Picos del Norte, donde hacía un frío helado, mientras se frotaba con las manos los brazos y le dolían las tripas de no comer. Las desiertas y heladas montañas, recubiertas por su manto de nieve, eran hermosas. Ahora, era difícil la búsqueda de alguna taberna o sitio para pasar la noche.
Siguió caminando, con las últimas fuerzas del día y un aroma a comida llego hasta él. Como sabueso en busca de donde provenía, siguió el aromo de ese manjar que pronto descubriría. Ante el una pequeña cabaña pudo ver, escondida entre los árboles, mientras de un gran caldero, una joven echaba ingredientes en él, mientras los removía al son de una canción.
Virgi cocinaba la receta mágica que su madre le enseño y que ésta le enseño su abuela. La receta familiar para engatusar a todo hombre que se acercará y después darle de sorber para ser su presa. Virgi no recordaba cuantos años tenía, aparentaba los años de una moza y la mentalidad de una sabia anciana. Detectó que alguien la estaba observando y una sonrisa se dibujo en sus labios al percibir el perfume varonil de un hombre.
Daniel se encontraba muy cerca de la cabaña, cuando Virgi la vio. Se recogió con un manto azul y fue a acogerlo para que entrará.
—¿Qué haces en mitad de la noche con este frío? —le preguntó, mientras lo hacía entrar en la casa y entrara en calor
—Me llamo Daniel. No soy de estas tierras. Solo estaba de paso.
—Así que un viajero con ganas de aventuras nuevas —le susurro
—Por así decirlo, sí.
—¿Te ayudo? —pregunto Daniel.
—En absoluto. Eres mi invitado.
—Muchas gracias.
Al terminar, Virgi le ofreció un cuenco del caldo con verduras que Daniel saboreó. Cuando hubo terminado empezó a sentirse mareado y una sonrisa feroz se dibujó en Virgi, transformada en bruja. Daniel perdió el conocimiento. Virgi le había envenenado.
«Eso te pasa por entrar en territorio desconocido.»