Soy tarotista mística. Aprendí a querer saber aprender a leer las cartas, en base a mis propias experiencias. Fueron muchas las ocasiones en que veía símbolos astrales, mientras estaba hablando con alguien o espadas flotando a mi alrededor, queriendo decirme algo. A raíz de esas experiencias, aprendí de las cartas y sus significados.
Mi abuela materna sabía que yo podía ver esos objetos volando a mi alrededor y aunque nunca me lo dijo, fue ella la que me introdujo y me enseño el mundo del tarot.
Ella misma sabía leerlas, aunque en su generación si hubieran sabido de su videncia, la hubieran tomado por bruja y quemado en la hoguera, como era bien sabido.
Muchos han pasado por mi humilde tienda, para saber su futuro, o si sus pesares y constantes preocupaciones se resolverían. Las cartas les revelaba la verdad, fueran buenas o malas. Todo aquel que ha entrado en mi tienda, creía en ellas, sino no hay motivo por el echar las cartas.
Aun recuerdo a un cliente en particular. Era alto, delgado y bien trajeado. Al entrar pude ver que ese hombre no creía en ellas. No me equivoqué. Al echarle las cartas, aparecía una de las que no me gustaron nada y que cuando le dijera a mi cliente de que se trataba se levantaría y marcharía sin pagar.
—Señor —no voy a mentirle. Pero la carta que ha terminado de salir en base a su futuro, no es buena. De hecho significa «muerte».
Recuerdo su frío rostro cuando de sus labios pronunció —No le temo a la muerte. Y se levantó y no pude saber más de él.
Sus palabras quedaron grabadas en mi mente. «No temo a la muerte». Me he preguntado que quiso decir. Hasta que una noche el rostro del hombre a que atendí se me apareció. Desperté sobresaltada, sin poder articular palabra.
—No temo a a la muerte, porque yo soy la muerte.