Años atrás en la época de los aztecas se consideraba el canto de la lechuza uno de los más temidos, porque creían que esta ave llevaba el mensaje de el dios de los inframundos. Temiendo que alguno de los miembros de la familia se viera afectado para irse al otro mundo. Muchos fueron los mitos y supersticiones, aunque solo una de ellas prevalecía vigente y aún en la actualidad, había gente que creía en ella. También había de otras personas, que nunca creyeron en las leyendas del canto de la lechuza.

Sebastián era un hombre de negocios, que nunca tuvo tiempo para dedicar su vida a formar una familia. Tampoco es que quisiera. Para el, su vida era su trabajo y el viajar constantemente de un lugar a otro. Solía viajar tantas veces, que ya no recordaba que era asentar la cabeza y obligar a a su mente a parar. Se pasaba prácticamente todo el tiempo viajando, permaneciendo en distintos lugares, sin poder gozar de una estancia tranquila. No conocía otra vida, que la de viajar continuamente, sin permitirse descanso alguno.

En una ocasión lo mandaron a las afueras de un pueblo rodeado de en un hábitat donde reinaban los acantilados y abundaban las granjas. Su mirada pudo ver que se encontraba rodeado de una belleza sin igual, jamás vista durante todos estos años en los que había estado viajando. Llegada la noche, una luna llena reinaba en el cielo. Reinaba el silencio de la noche. Cuando sus ojos se cerraron, pudo distinguir el canto de un animal. Se asomó a la ventana y el canto de una hermosa lechuza subida a un árbol lo observaba con sus grandes ojos.

El hombre de la posada tocó con los nudillos la puerta de la habitación de Sebastián, con nerviosismo.

__ ¿Qué sucede? preguntó sorprendido por el rostro que reflejaba el miedo en la mirada del pasadero. ¡Aléjese de la lechuza! __exclamó. La muerte, el Dios del inframundo vendrá a por usted. Hágame caso, si quiere seguir con vida.

Sebastián no hizo caso de las habladurías. Al día siguiente lo hallaron sin vida.

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