En la central nuclear era de noche. Larry tenía el turno de noche junto con varios compañeros más.
A su esposa no le gustaba que trabajase ahí; era muy peligroso. Cualquier descuido por parte de alguien podría acabar en una catástrofe irreparable que asolaría parte del planeta. La radiación se extendería miles de kilómetros arrasando todo ser vivo.
Larry se dirigió a su zona de trabajo. Era de las más importantes e impenetrables. Se necesitaba autorización de nivel superior para acceder a ella.

Allí junto con dos compañeros debían vigilar la zona roja, un simple error y tenían la muerte asegurada, de ellos y de parte de la población. Una trágica noche de finales de octubre, Larry cometió un error, al entrar en la sala blindada. Sus dos compañeros lo miraron aterrados. Para Larry ya era demasiado tarde. Para sus dos compañeros, un movimiento en falso y estarían muertos.

Desde entonces Larry se olvidaba que estaba muerto. Recordando que en la última explosión de una central en otro lado del planeta– no sabría calcular el tiempo, pero debió hacer muchos años – él murió. Cometió un error. Ahora no podía descansar en paz e iba de central en central intentando redimir su error. Vagaba por la centrales, como un alma errante, intentando avisar a cualquier que intentará cometer, por descuido, su mismo error.

No era consciente de su aspecto: ojos fuera de sus órbitas, piel , sin labios y con dientes pútridos, los huesos deformados sobresalían de su uniforme. Larry no quería asustar a nadie, pero los que trabajaban en la central podían detectar su presencia, su insoportable olor a descomposición que se podía percibir sobre todo en el lugar donde el falleció, años atrás. Había quedado impregnada en la central el olor nauseando e insoportable.

Cierto día, un chaval joven llamado Lenny, entró a trabajar en la central. En la misma en la que el trabajó en su día. Recordó con nostalgia, como se parecía a aquel chico. Decidido, emprendedor, sin miedo a nada. En todos estos años había vagado sin descanso, sin redimir su error, sin evitar que otros lo pudieran cometer por equivocación. Se prometió a si mismo que protegería a Lenny, si es que era posible salvar a alguien de los peligros que habitan en la central y el miedo que provocaba los que podían detectar su hedor a muerte. ¿Cómo evitar que los demás le temieran si el era el propio reflejo de la muerte?. Aún así, intentaría proteger a Lenny de los peligros de la central que conocía tan bien.

Lenny había oído la leyenda de la muerte de Larry. Se había convertido en leyenda tras su muerte. Aunque también le contaron que su olor a descomposición se podía percibir en cada rincón del edificio. Y los que cometieron su mismo error, hay habladurías que ciertas o no, se dicen que vieron su rostro demacrado, por un breve instante, antes de morir.
A Lenny le tocó hacer turno de noche. Nadie quería hacerlo por miedo y temor a encontrarse con los peligros que acechaba la central y el alma errante de Larry.
El silencio se hizo al igual que la oscuridad. Lenny busco un interruptor que encendiera la luz y se encontró en el lugar de los hechos. Entró por equivocación en la sala donde Larry perdió la vida, El botón que había apretado era el que no debía apretar. El mismo que apretó en su día Larry.

Larry o dudó un instante, el estaba muerto, pero podía salvar a Lenny, si lo conseguía. Por primera vez Lenny contempló el rostro demacrado de la muerte de Larry, cuyo cuerpo le agarró y elevó a Lenny, arrastrándolo fuera de la central. Mientras veía Lenny con asombro, como había sido teletransportado por Larry, salvándole la vida. Ahora sus ojos veían el fuego de la nueva central, en llamas. Larry pudo descansar en paz. Había podido salvar la vida del joven Lenny.

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