Poco a poco las cosas volvieron a la normalidad. Se familiarizaron con el barrio, con sus nuevos vecinos y con su ambiente. Residían en una barriada pequeña de pocos vecinos. Un nuevo lugar, una nueva vivienda y nuevos vecinos con los que, con el tiempo llegaron a conocer y con algunos llegaron a entablar más amistad.
Leslie era la vecina que vivía al lado. Madre soltera con su hijo Sergio de 12 años, quien estaba en la fase de la adolescencia.Leslie le habló de cómo llegó a vivir a las afueras, después de pasar por un largo y duro divorcio. Por el contrario, Dunia, le explicó su situación. Por todo lo que había pasado llegando de un país a otro muy distinto y de cómo se vió sola en el mundo hasta encontrar el amor en Dereck, que a pesar de todos los baches que habían pasado, seguían luchando juntos para tener un techo.
—¡Vaya, amiga! —La vida no ha sido fácil para ninguna de las dos.
—Me alegro de que seamos vecinas.
—Yo también. Creo que seremos grandes amigas.
Dunia y Leslie hicieron amistad con facilidad. Gracias a la amistad surgida entre ambas, Dunia no se encontraba tan sola, cuando Dereck tenía que irse para ir a trabajar a la ciudad.
Y Leslie, por otro lado, había encontrado en Dunia a una amiga con quien poder echar unas risas y hablar de cosas de mujeres, cuando no estaba trabajando de asistente en la limpieza de casas. Tenía un horario muy flexible en el que un día la llamaban para trabajar cuatro horas, como otros dos horas.
Dunia se encontraba realizando la compra de la semana en el supermercado más cercano, cuando percibió que alguien la seguía, sentía una presencia de estar observada por alguien. El temor le invadió de nuevo, el sentir de nuevo esa sensación de saber que alguien la estaba siguiendo. En su país era de mal presagio. Fingió que no la observaban. Cogió por último el bote de aceitunas, finalizando así la compra y marchó a casa.
—¡Qué tenga buen día! —exclamó la cajera.
Dereck aprovechó el camino para pararse en una floristería y escoger una rosa roja para su amada Dunia.
—¿Quién es la afortunada? —le preguntó la anciana que vendía las rosas
—Es la mejor mujer que se me ha cruzado en mi camino —dijo soñoliento Dereck
—¡Me alegro! — Os deseo lo mejor para los dos. Se despidió la anciana, con su tímida sonrisa.
Ella abrazó a Dereck cuando lo vió con la rosa en la mano, mientras se la ofrecía con uno de sus apasionados besos. Entre beso y beso, se miraron a los ojos y el juego de la pasión siguió, terminados enredados entre las sábanas de la cama.
—¡Toc, Toc!—
—¿Esperabas a alguien? —preguntó Dereck a Dunia.
—No. A nadie. —afirmó dubitativa. A no ser que sea Leslie … .pensó para sí misma.
—No conocemos a nadie más. —respondió Dereck, extrañado.
Dunia se alisó el vestido y alisó con las yemas de los dedos su pelo y acompañada de Dereck fueron juntos hacía la puerta. La sombra de un hombre parecía estar esperando detrás de la puerta. Al abrir la puerta, se llevaron una desagradable sorpresa. En el umbral de la puerta esperaba el mismo policía, que les hizo echar de la casa de Dunia.
—Buenas tardes —les dedicó con una sonrisa forzada y un tanto nervioso
—¿Qué es lo que quiere ahora? —preguntó indignada Dunia. Sé quién es usted. Recuerdo fácilmente una cara. El mismo policía que me echó de mi casa y la de mi padre.
—¡Cálmate, Dunia, cálmate! —intentando apaciguar las aguas Dereck.
—¿Qué es lo que desea, agente? —preguntó Dereck, mientras intentaba tranquilizar a Dunia, sin mucho éxito.
—No sé cómo decirlo, sin que no suene muy forzado. Pero… —tartamudeó—
Y mirando a Dunia le dijo — señorita Dunia, con todo mi pesar, se me ha autorizado hacerle entrega de este cofre. —temblando de miedo y de cómo respondería Dunia. El agente le entregó un cofre gris con las iniciales D.E.P a los lados.
—¿Qué significa este cofre? —preguntó con lágrimas en los ojos.
—Le hacemos entrega de las cenizas de su padre. Lo siento mucho.
—¡Noooo! —gritó entre sollozos ahogados. ¡Cómo, porqué…! —¿Habéis sido vosotros los culpables de su muerte? —preguntó Dunia, mirando al agente con una mirada llena de ira y de terror.
—Falleció por una enfermedad extraña, de la que no teníamos cura.
—¡Fuera de mi casa! —No quiero volver a ver su rostro aparecer por aquí. En el caso de que aparezca, yo misma le mataré.
—¡Agente, Agente! —exclamó Dereck. Mi novia está muy afectada, compréndelo. El agente asintió con la cabeza. —Mis condolencias.
Había pasado el tiempo y Dunia empezó a cambiar. Dereck lo percibía. Ya no era la cálida y dulce Dunia de la que se había enamorado. Tras recibir las cenizas de su padre, había decaído en un trance de depresión del que no había manera de que volviera a ser la de siempre.
Cerca de la casa había un lago en el que Dunia se pasaba horas y horas observando. En su mente una venganza iba creciendo, mientras cerca del lago, reflexionaba, cómo llevarla a cabo