Daniela siempre se decía a sí misma que había nacido con buena estrella. Había tenido mucho suerte en su vida. Amada y querida por los suyos. Sin olvidar a su gran amor de su vida; Gabriel, su marido, le consentía todo y cuanto deseaba. Nunca recibió un no por respuesta, por parte suya. Era amada y amaba su vida.
En las últimas semanas, sus sueños no fueron de lo mejor; de hecho se despertaba en más de una ocasión, soñando una de las peores pesadillas que se repetían sin cesar. La sensación de soñar que caía rodando por las escaleras de caracol. Daniela fue una persona que nunca creyó en el destino. Aunque empezó a temer cada vez que cerraba los ojos para ver como en el momento más inesperado, se veía rodando por las escaleras que la llevaban al vacío más absoluto.
Conocía de una pequeña tienda en la ciudad que la habitaba una mujer de mediana edad, que se dedicaba a echar las cartas. Aunque no creyera en esas cosas, empezó a preocuparle las pesadillas que cada noche la venían a visitar. Al no perder nada, decidió entrar.
—¿Se puede? —preguntó algo insegura.
—Pasa, pasa…— dijo la voz de la mujer, que parecía estar esperándola. ¿A qué debo tu visita, Daniela? —preguntó, sin dejar de observarla, con curiosidad.
—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó Daniela, frunciendo el ceño
—Hay muchas cosas que sé. Soy vidente, es mi trabajo. Aunque algunas personas no crean en la videncia, algunas nacemos con ese don. —pero siéntate, no temas.
Daniela observo con detenimiento a la mujer. Parecía inofensiva. Rodeada de un ambiente donde podía percibir el aromo a incienso y a velas encendidas.
—¿Qué es lo que te preocupa? —le preguntó, una vez que se sentó a su lado. Rodeada de un montón de cartas a un lado y en medio una bola azulada.
—Últimamente tengo muchas pesadillas, que se repiten cada noche. Siempre es la misma. Por eso he venido. Desearía saber su opinión.
La vidente asintió, mientras barajaba en silencio las cartas con sumo cuidado. Finalmente las colocó boca abajo y poco a poco las fue poniendo boca arriba, con cara de preocupación.
—Daniela, tú no crees en el destino, ¿verdad?
—No quiero ser grotesca —respondió Daniela. En cierto modo, no creo en la videncia, ni en las cartas. Tal vez, porque nunca he tenido que recurrir a ellas.
—Pues deberías. —dijo seriamente, a medida que mientras alineaba las cartas enfrente de Daniela. Le explicaba lo que éstas significaban. Mira —prosiguió —no voy a mentirte. Te voy a ser sincera sobre lo que estoy viendo.
Si se sueña con caer por las escaleras, es posible que sea advertencia de una terrible suerte. Serás víctima de la envidia y la deslealtad, posiblemente por las personas que menos te esperes. —¡Ten cuidado! —Es alguien que es estrechamente cercano a ti y confías completamente en él, por lo que ni siquiera lo consideras como un hostil. Debido a esto, se necesita que tengas mucho cuidado, inclusive con tus personas más preciadas.
Daniela salió algo confundida, acerca de lo que le había dicho la vidente. Ella, siempre había tenido buena suerte en todos sus aspectos de la vida. Creyendo haber nacido con una buena estrella. Siguió haciendo su vida normal, aunque las pesadillas continuaron. Empezó a dudar de su buena estrella. Las palaras de la vidente llegaban a su mente, como un torbellino.
Una tarde, llegó a casa, después de hacer la compra. Para su sorpresa, al subir las escaleras encontró a su marido en paños menores. El reflejo de sorpresa de ambos quedó escrito en sus rostros. Una mujer envuelta con una manta se cubrió su cuerpo desnudo.
—¡Hermana! —gimió Daniela. ¿Cómo has podido?
—¿Cómo he podido qué, Daniela? —Tú, la que presumes de tu buena suerte. La que has sido la mejor de las dos en todo.
—¡Fuera de mi casa! —señalando la puerta de salida. Y tú, maldito desgraciado. Puedes hacer las maletas e irte con ella.
La ira dominó a su hermana y ambas se enfrentaron en una pelea. Empezaron a agarrándose de los cabellos, insultándose y diciendo lo que no se habían dicho en años. Hasta que un mal movimiento, hizo que Daniela torciera el pie en el borde del primer escalón y su hermana, sin percatarse, en su mente solo veía venganza por ser ella la mejor en todo. La rabia consumía desde que eran niñas. Sin pensar en la consecuencias venideras. Ésta empujó a Daniela, haciendo rodar por las escaleras de caracol. Esta vez, Daniela no volvió a abrir los ojos. Sus pesadillas se hicieron realidad.
El marido de Daniela y la hermana de ésta, fueron detenidos y llevados a la cárcel para el resto de sus vidas.