Jessy se encontraba de viaje en la India. Solo de pensar que le quedaban tan pocos pocos días para regresar, de nuevo, a la ruidosa civilización de Madrid. Con todo el ruido y contaminación, que la atmosfera alberga, se ponía triste. El regresar de sus vacaciones, siempre suponía un suplició. Era verdad, que había sido un viaje largo, con nuevas vivencias y experiencias.
Decidió despejar su mente, y salió sola a caminar por el desierto. Había un desierto diferente a los demás, por el mero hecho de que los turistas tenían que ir acompañados de un hindú, que conocía aquel misterioso desierto, que por alguna razón no deseaban contar.
Atraída por aquel misterioso desierto y su atractivo, con aquellas dunas tan hermosas, que invitaban a ser descubiertas. No lo dudó. Embelesada por su belleza, empezó a andar, cruzando el cartel roído por el paso del tiempo en el que decía «Prohibido el paso».
Jessy empezó a marearse, había andado más de la cuenta. Ahora no recordaba el camino de regreso. El sol acechaba con fuerza. Había terminado el agua que llevaba colgando de la cantimplora. No quedaba ni una gota para saciar la sed. Sentada en la arena, se arrepintió de no hacer caso a la señal del cartel. Mientras su mente divagaba en como encontrar la salida, una araña empezó a subir sobre la pierna de Jessy.
El miedo la paralizó, intentando chillar sin que de su garganta saliera ningún sonido. Notó en su piel como la araña le había picado. Pero Jessy estaba tan mareada y tan cansada que pronto sus ojos se cerraron sin que ésta pudiera pedir ayuda.
Un hindú que pasaba por allí, cabalgando con su camello, no dudó en saltar al verla. Su piel estaba quemada por el sol y las pupilas de d sus pupilas no respondían. Comprobó que su respiración era lenta y entonces no dudó por un instante que la ponzoña de alguna araña que en esos territorios abundaban, le había envenenado.
La asió entre sus brazos y la condujo hacia su poblado. El podía salvarla, tenía las hierbas necesarias y los ingredientes que podrían salvarla de la muerte. Muchas del poblado no estuvieron de acuerdo en que una extranjera estuviera en su tribu. Mohad, estuvo curando las heridas de su piel con paños de agua, así cómo bajando la fiebre que le había producido la picadura.
Una semana después, Jessy despertó, viendo a Mohad en la cabaña mientras le aplicaba unas hierbas extrañas en la zona donde el veneno se había filtrado.
—¿Dónde estoy? —preguntó, aún débil
—Te encuentras en mi tribu. —Mi nombre es Mohad. Te encontré en el desierto, debatiendo entre la vida y la muerte.
—Gracias por salvarme…
—Shist —Descansa, aún tu mente está débil para pensar con claridad.
Mientras le acariciaba la frente, aplicando un paño de agua fría, Jessy pudo ver en los ojos de Mohad al hombre que no había encontrado. Nadie se había preocupado, como el lo lo había hecho. Con los días que iban transcurriendo, vio en Mohad a un hombre cariñoso, atento y observador.
—Jessy, pronto estarás recuperada y podrás volver a tu hogar —le dijo un día
—¿Mi hogar? —preguntó, tristemente.
—¿No te alegras, Jessy? —preguntó Mohad, sorprendido
—No tengo a nadie que me espere en la civilización. —respondió Jessy con ojos lloroso. Mohad, me has salvado la vida. Nadie me hubiera salvado por voluntad propia. Te debo mucho.
En el instante en que la abrazó Mohad, para consolarla, una chispa surgió entre los dos. Sobraban las palabras, para decirse con la mirada que siguieran juntos y el destino sería testigo de la atracción que ambos iban sintiendo el un por el otro.
—Mohad —déjame entrar en tu vida, en tu corazón. Me salvaste de la muerte, para que pudiera seguir viviendo. ¿Deseas que me quede contigo?
—Sí, lo deseo. Ambos se besaron, emprendiendo una nueva vida