Ana había planeado una fiesta en su casa, con todos sus mejores amigos. Aprovechando la ausencia de sus padres, que sabía que estarían de viaje todo el fin de semana. Planeaba las invitaciones cuando un pensamiento amargo le vino a la mente. Enseguida descartó la posibilidad, la única que podía existir de que sus padres cambiaran de parecer, pero era imposible. Tenían sus billetes comprados y preparados junto a sus respectivas maletas de viaje. Se encontraban en la mesita de su habitación. No había dudas de que partirían por la tarde. Como tenían previsto.

La mente de Ana no paraba de analizar y dar vueltas a la fiesta que con tanto esmero había puesto. Las clases habían finalizado. Ahora tocaba divertirse un poco. Se lo tenía bien merecido. Aunque no contase con la aprobación de sus padres en hacer una fiesta en su casa, cuando ellos estuvieran ausentes.

— ¿de que te ríes? —le preguntó Ana a su hermano
—¿de qué va a ser? —le preguntó, intentando leer sus pensamientos
—¡Cómo se enteren los papás! —exclamó. No veas la que te va a caer encima.
—Sebastián no digas nada, venga hermanito. Que yo te he salvado en más de una ocasión. —intentó persuadirlo Ana.
—No diré nada. Con una condición.
—¿Cuál? —resopló Ana
—Que me dejes participar en la fiesta. Yo también quiero aprovechar la ausencia de nuestros padres. Tengo derecho a pasarlo bien, igual que tú.

Ana quedó pensativa un rato, mientras miraba al listillo de su hermano. Sabía que estaba coladito por su mejor amiga Ainhoa. Por ello no quería faltar y menos verla en bikinis y con algunas copas de más. Ana tenía la teoría que también ponía en práctica. La de cuántos más, mejor. Más diversión. Pero no dejaba de ser su hermano. Y eso la fastidiaba un poquillo.

—Esta bien —respondió. Pero yo también tengo una condición le espeto Ana
—No le tires los tejos a mi amiga Ainhoa y si lo haces, que no sea delante de mi.
—Está bien, prometo ser bueno…

Ambos se lo pasaron en grande por la noche juntando conversaciones que aún siendo hermanos creían que no compartirían. Hubo un momento en que Ana y Sebastián compartieron tantas cosas en común que apenas se dieron cuenta de lo bien que lo pasaban juntos en compañía de los demás.

Hasta que el crujir de una puerta les hizo volver a la realidad. Sus padres habían regresado por un descuido…

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