Daniela, Dany para sus amistades era una joven dinámica por naturaleza que le apasionaba el medio ambiente. Un día fue al supermercado, cuando se percató de una tenderete nuevo, donde vendían albaricoques. Al verlos no pudo resistir a probar uno de ellos, su color y textura eran tan apetitosos que la tentación pudo más y no aguantó a probar uno de ellos.

De camino a casa, cogió uno de la bolsa. Se lo llevo a la boca y pudo notar el sabor único, tal vez el más especial de todos los albaricoques. Nunca en su vida había sentida esa obsesión y percibido un sabor tan exquisito como el que estaba sintiendo. Tanto el sabor como su textura le parecían a Daniela un manjar.

Daniela era una chica de costumbres fijas. Al día siguiente tenía que madrugar. Tenía que acudir a la universidad, donde estudiaba la rama dirigida a proteger al medio ambiente y a la naturaleza. Esa noche la pasó soñando sueños paranormales. En su mente podía ver imágenes difuminadas entre sí que le susurraban en sueños, intentando decir cosas ininteligibles. La última que pudo ver y ésta si la pudo ver con claridad fue la de un albaricoque.

Despertó sudorosa y sobresaltada. Se llevo las manos a su cabeza, aún medio aturdida. Decidió levantarse para lavarse la cara. Al echarse agua, se miró en el espejo, parpadeó dos veces y entonces pudo ver que sus ojos habían cambiado de color. Uno era de color verde y otro azul. Se froto dos veces para comprobar que no estaba soñando.

A raíz de entonces Daniela, tras muchos estudios pudo averiguar que padecía lo que muy pocas personas tenían en el mundo. La heterocromía. Ya sea por genes que circulaban en sus venas o por casualidades de la vida. Daniela, intuía que el albaricoque que había consumido, tenía algo que ver en el cambio de calor de sus ojos. No se lo dijo a nadie. Pero después de consumirlo, ésa noche fue la primera de muchas en que las almas errantes reaparecían en sus sueños para pedirle ayuda. Su mirada había adquirido un poder, que iba mucho más allá de la vida.

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