CAPÍTULO 1

Dereck, no soportaba el calor y mucho menos el del mes de agosto. Se encontraba caminando cerca del paseo marítimo. Era el sitio ideal para caminar, excepto por el calor sofocante. La tranquilidad se agradece, después de un día de trabajo. Y la brisa, la mejor compañía, aunque por desgracia, ese día no había brisa ni aire que se pudiera respirar. Solo los rayos de sol que seguían acechando, como si de rayos de fuego se trataran. Empezó a notar como las gotas de sudor empezaban a resbalar por la frente. 

¡Agosto! dijo para sí Cómo odio este mes, envuelto de su intenso calor y apenas se puede respirar. Se sentó en un banco de piedra, donde un chiringuito servía bebidas. Se sentó en una pequeña sombra que encontró, que le resguardaba, al menos, de los rayos del sol. 

¿Desea algo, señor? le preguntó el camarero al acercarse.

  Sí. Un vaso de agua fresca y una dona

De acuerdo. Enseguida se lo traigo. La dona se refiere a las rosquillas que tenemos a la derecha, cierto? preguntó asegurándose.

Dereck, asintió con la cabeza – exhausto. Desde donde estaba sentado, podía ver la playa. Estaba calmada, no se apreciaba ninguna ola. El mar de un azul intenso, se encontraba en calma. Podía ver a las parejas caminar tranquilamente, cogidas de la mano. Por el carril bici, en cambio. Algún que otro ciclista o patinador con sus botellas de agua para no deshidratarse se le veía haciendo ejercicio. 

Aquí tiene El camarero le sirvió la dona junto a una botella de agua fresca y un vaso mientras se adentraba dentro del local para atender a otros clientes. Dereck bebió con ansias. Estaba sediento. El agua le alivió.  Al finalizar pagó en efectivo y se encaminó, de nuevo, con más energía para enfrentarse al calor. Cuando sus ojos se posaron en una bella muchacha, cuyos cabellos dorados, se entremezclaban con el sol. Andaba descalza sobre la arena húmeda, mientras las pequeñas olas que llegaban a la orilla le mojaban con suavidad sus tobillos. 

Sus andares se parecían a la de una diosa, con ese vestido blanco veraniego que le transparentaba el bikinis que llevaba, como única prenda. A diferencia de las demás chicas con las que se había cruzado, a simple vista parecía natural. Mientras caminaba, iba mordisqueando, la naranja que en una de sus manos reposaba. 

Dereck, no podía desviar la mirada de esa chica, de la que le gustaría aproximarse. Poco a poco, sin darse cuenta, se había alejado y acercado a la playa, tras la chica que le había robado el corazón. 

Al cabo de unos minutos la chica paró en seco, había notado la presencia de que alguien la estaba observando. Al volverse, sus ojos celestes como el mar, quedaron clavados en los de Dereck. Ella lo miró, con los labios entreabiertos por la sorpresa y Dereck, sin saber que hacer, quedó prendado de un amor, que no sabía si sería correspondido. Solo el tiempo sería testigo de la relación entre Dereck y la chica a la que pretendía conocer.

CAPITULO 2

—¿Te conozco?—preguntó. Al darse la vuelta, sus miradas se encontraron por primera vez, quedando presos de un flechazo de amor.

—No. No te conozco —negó él con la cabeza. Aunque, para mí, sería todo un honor. ¿Crees en el destino? —le preguntó Dereck, mientras un cosquilleo en su interior empezaba a crecer. —Por cierto, soy Dereck —se presentó.

Mi nombre es Dunia. respondió, mientras desviaba la mirada hacía el horizonte que tenía delante, mirando el océano infinito. Los rayos del sol resaltaron su hermoso rostro, de tez morena y pelo lacio, iluminando unos exóticos ojos, de un curioso y peculiar color añil. Dereck, pudo percibir una mirada triste y lejana, como si sus pensamientos se hubieran alejado, recordando otros tiempos pasados.

—Destino… —Tan incierto como de costumbre. —susurró para sí misma. No creo en el destino, porque las veces que he creído en él, siempre me defraudó. —Una fina lágrima resbaló por su mejilla. 

—Lo siento —se precipitó Dereck. Lo único que no quería era verte derramar lágrima alguna. Se maldijo a sí mismo por ser tan torpe y hacer las preguntas menos indicadas. 

—Tranquilo —a veces el pasado recurre a mi, devorándome las entrañas por dentro. Me considero una mujer de carácter fuerte y con una gran una gran fuerza de voluntad. Las lágrimas no son sinónimo de debilidad, como muchos creen, sino de valentía. —sus labios se curvaron, formando una leve sonrisa que Dereck pudo apreciar.

Las nubes empezaron a cubrir el cielo, dando lugar a las primeras gotas de lluvia que empezaban a caer con intensidad. Se avecinaba una tormenta de verano.

—¡Dunia, corre! —exclamó Dereck. Mientras sin darse cuenta le asió de la mano y juntos cruzaron la acera, para entrar en el bar más cercano. Los demás hicieron lo mismo. Se podía ver cómo muchos corrían para entrar en bares o locales, donde tuvieran cobijo para no mojarse. Las calles no tardaron en verse vacías y solitarias, mientras los habitantes se mantenían, al igual que ellos a cubierto, de la tormenta que acechaba con furia. 

Se sentaron en una de las mesas del local, donde guarecerse de la lluvia. Lo que más deseaba Dereck era entablar una amistad con Dunia. Llegar a conocerla, aunque no quería herir sus sentimientos con preguntas equivocadas. Se notaba que había sufrido mucho en el pasado. Por sus facciones imaginaba que no era de Escocia, sino más bien de algún lugar tropical. El flechazo que percibió la primera vez que la vió, empezó su cuerpo a percibir ese cosquilleo, de nuevo. 

De fondo oyeron unas voces de unos jóvenes que hacían homenaje a la primera lluvia de agosto. —¡Por la lluvia de agosto! —brindó uno de ellos. Mientras sus compañeros se reían de su comentario. 

—¿Desean tomar algo? —les preguntó el camarero 

—Un batido de limón para mí —indicó Dereck 

—¿Y para la señorita? —le preguntó el camarero, sosteniendo el lápiz en la mano.

—Para mi, puede ponerme un batido de manzana —gracias.  

El silencio se hizo entre los dos, escuchando los aullidos de la tormenta y las gotas de lluvia azotar en las cristaleras. 

—¿De dónde eres? preguntó Dereck, siendo el primero en romper el silencio.

—De Puerto Rico. Aunque la realidad es que, aunque mis raíces provengan de allí, yo no pertenezco a ningún sitio. El mundo es tan grande, que a veces me siento minúscula. Soy una solitaria. Te preguntarás por qué elegí Escocía. La verdad, porque en esos momentos era el destino que más nos convenía..

Hace dos años —prosiguió —me vine con mi padre hacía este llamado Destino. Antes me has preguntado por él. Y mereces una respuesta. Después de seis meses de convivencia, el destino me separó de mi padre, dejándome sola, en un lugar que desconocía y sigo desconociendo. La soledad forma parte de mi existencia. No tengo a nadie, solo un pasado oscuro y unos recuerdos que me persiguen cada noche. 

Dereck la escuchaba en silencio. Deseaba estrecharla con todas sus fuerzas, decirle que no estaba sola. Que él estaría a su lado. Aunque se guardó sus pensamientos para sí mismo. 

No quería asustarla, ni mucho menos que huyera de su lado, solo porque sus pensamientos iban a una velocidad demasiado rápida y quien le escuchara podría tratarlo de demente. Apenas la conocía, pero era como si la conociera de toda la vida. 

—Dunia —se atrevió a decir Dereck. Sé que apenas nos conocemos. Tan solo quiero que sepas que puedes confiar en mi. — Déjame ser tu amigo —si lo deseas. Como amigo, lo último que deseo es que estés o te encuentres sola. 

Por desgracia, sé que es estar bajo los efectos de la soledad y no quiero que tú lo sigas estando. Sé que apenas te conozco, pero presiento que podemos ser buenos amigos y compañeros en este mundo tan difícil.

—¡Brindemos por nuestra amistad! —y mientras levantaban las copas, echaron sus primeras risas juntos.

CAPITULO 3

Cuando la tormenta cesó, muchos de los que se habían refugiado en el local, empezaron a salir a la calle, para irse a sus respectivos hogares. Dereck se ofreció a acompañar a Dunia a su casa. Aunque ésta vaciló unos segundos, terminó por aceptar.

Afuera aún se percibían pequeñas gotas de lluvia, que terminaban de caer. Por suerte la tormenta no provocó daño alguno. Tan solo grandes charcos podían apreciarse en las aceras y el ambiente tan caluroso del agosto, había dado lugar a un cambio en la atmósfera.

—Menos mal que ha parado de llover—mencionó Dunia, pensativa.

—¡Ahí está! —exclamó Dereck —al ver su coche intacto. Ha habido suerte y no ha sufrido ningún daño. Las ruedas se encuentran en buen estado —dijo mientras observaba que no estuvieran hundidas ni pinchadas.

—Le tienes mucho cariño, ¿verdad? —le preguntó Dunia, mientras no dejaba de observar a Dereck, como se preocupaba por su coche.

—Bueno, ya sé que parecerá ridículo…Pero hemos pasado muchos momentos juntos, por así decirlo. Es el único transporte con el que me muevo de lado a lado. Uno llega a acostumbrarse. —respondió con una leve sonrisa.

—Entiendo. Supongo que a mi me sucedería algo parecido de tener vehículo, sin tener que depender del transporte público. —devolviendo una cautivadora sonrisa.

Una vez dentro del coche, Dereck sintió la necesidad de encender un poco la calefacción. La tormenta había hecho que el tiempo cambiará de aires, dando lugar a una brisa que se percibía en el ambiente.

—¿Por dónde vives? —le pregunto Dereck, percibiendo lo cerca que estaban el uno del otro.

—Yo te guiaré —Mi casa se encuentra a las afueras. Se encuentra aislada del centro. Dirígete a donde se encuentran las casas de madera, las que se encuentran en el bosque.

—De acuerdo —afirmó Dereck. Mientras percibía como se ruborizaba.

Dereck consiguió salir del atasco que se había formado, mientras de fondo la música se oía en el interior del vehículo. Percibió que Dunia se había sumido en un silencio poco habitual, por lo poco que la conocía, era como si estuviera preocupada por algo. De vez en cuando la miraba de reojo, teniendo curiosidad por saber en qué pensaba su mente. Le importaba demasiado Dunia. Por primera vez había encontrado a una mujer, con la que podía hablar tranquilamente, sin la necesidad de empezar a tartamudear.

Poco a poco se fueron adentrando en la espesura del bosque, dejando atrás los edificios para dar lugar a la naturaleza. Se podían apreciar unas casas de madera, rústicas. El piar de los pájaros era el único sonido que se percibía en el ambiente.

—Ya hemos llegado —respondió Dunia. Puedes aparcar al lado de ese árbol.

—¿Te apetece entrar a tomar un café? —Es lo mínimo que puedo ofrecerte, por haberme traído hasta aquí.

Al entrar, Dereck percibió el olor a lavanda. Se notaba que en ella vivía una mujer. La cabaña era una casita pequeña de las que se hacían de madera. Era muy acogedora y estaba decorada con pocos muebles. Los necesarios para poder vivir.

—Estás en tu casa —le dijo Dunia.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó Dereck

—No es necesario. El café casi está listo. —Aunque ¿ves los limones que tienes a tu lado? —Pásame uno, por favor.

Dereck se levantó a coger uno, cuando se percató de una fotografía de Dunia, junto a un hombre; supuestamente su padre.

—Gracias —le respondió. Me estoy haciendo una limonada.

Al sentarse junto a Dereck, se dio cuenta de que había visto la fotografía. Su mirada volvió a ausentarse por unos segundos. —Disculpa. Los recuerdos a veces juegan malas pasadas.

—¿Es tu padre? —preguntó Dereck, queriendo preguntar y no a la vez, para no herir sus sentimientos.

Dunia dejó la limonada a un lado y empezó a hablar —Sí, lo és. Te preguntarás dónde está, el motivo de cómo fui separada de mi padre. El ahora se encuentra en la cárcel por robo. Como te he dicho antes, soy de Puerto Rico. La única familia que tengo es mi padre y el destino me lo arrebató. No te voy a mentir, venimos de un ambiente en que hemos pasado hambre y penurias. En ocasiones mi padre robaba alguna manzana o algún trozo de pan, para que pudiéramos tener para la cena. Pero un día, ese atroz día, todo se fue por la borda. — suspiró—

Venimos a Suecia sin papeles, y por ello nadie quería ofrecer a mi padre trabajo. Pero nunca imaginé ver como esa noche de invierno —lo recuerdo como si fuera ayer— ver con mis propios a mi padre, como dos policías se lo llevaban esposado. Yo me encontraba escondida.

—Fue la última vez que vi a mi padre. — relató a Dereck, mientras una lágrima resbalaba de sus ojos.

Dereck sintió la necesidad de abrazarla. Y sin pensarlo lo hizo. Dunia dejó escapar sus lágrimas, que escondidas bajo una coraza habían permanecido durante estos años. Hacía mucho tiempo que su corazón había permanecido helado y no había encontrado el calor en nadie. No confiaba en nadie.

Sobraron las palabras, cuando al separarse, se miraron a los ojos, empezaron a surgir nuevos sentimientos. Un amor empezaba a brillar en sus corazones.

—No volverás a estar más sola. —Déjame entrar en tu vida. —pronunció Dereck —esperando una respuesta. Dunia le respondió con un beso en los labios.

CAPITULO 4

Lo que en principio empezó como una relación de amistad, en ella surgió algo más profundo, más intenso. Sentimientos enterrados surgieron a la superficie convirtiendo la relación en algo más que una simple amistad. El amor flotaba en el aire, en el ambiente que respiraban. Desde el día en que sus corazones se encontraron, no hubo secretos, no hubo más soledad que los rodeara. Por ese motivo, Dunia ofreció a su corazón que Dereck y ella se dieran la oportunidad de convivir juntos. Un paso más en su relación. 

El fin de semana había llegado y querían aprovecharlo al máximo. El día amaneció espléndido y decidieron ir de excursión a alguna montaña, cuyos paisajes del color verde ofrecían el color de la esperanza. 

— ¡Qué buena idea has tenido! — exclamó Dunia mirando con ojos de enamorada a Dereck

—Por ti, hasta la estrella más alta sería capaz de alcanzar— respondió Dereck, sellando los labios de su amada con un beso. 

Pasaron todo el día gozando de la naturaleza. Observando con otros ojos los impresionantes miradores que a cada punto solían encontrar. No dejaron de hacerse fotos el uno al otro y de sentir cómo la felicidad les rodeaba. Todo estaba perfecto. Hasta que el sol se fue escondiendo y decidieron emprender el camino a casa. 

Dereck percibió que aunque la relación iba bien, había algo que su novia le escondía. Uno de los cuartos siempre permanecía cerrado. Pensaba en ello mientras terminaban de colocar y organizar las cosas que habían utilizado para hacer pic-nic, cuando la mirada de Dereck se cruzó con la puerta que sellada bajo llave permanecía.

No se había atrevido a preguntar a Dunia, para que no se disgustará. Pero, ahora era él, el que empezaba a estar dudando de si realmente le era fiel a su relación. De si en verdad, no le escondía nada, o por el contrario, le ocultaba algo que por motivos desconocidos, no quería que él supiera.

—Dereck ¿te encuentras bien? —le preguntó Dunia, al verlo tan pensativo.

—Lo estaría.—respondió secamente mirándola a los ojos. —¿Hay alguna cosa que me estés ocultando? —redirigiendo la mirada hacía la puerta cerrada.

—Sabía que este momento, tarde o temprano llegaría —respondió con un hilo de voz.

Pesadamente se sentó en el sofá y sus labios empezaron a relatarle lo que en realidad le ocultaba. Dereck, se sentó a su lado y la escuchó, sin interrumpirla. 

—Desde que mi padre no está. No dudé en guardar todos sus pertenencias. Las pocas que conservaba. No sé cuándo regresará de la cárcel, así que..— suspiro— Decidí guardar toda sus cosas para cuando estuviera de vuelta. No te lo tomes a mal. A fin de cuentas, esta sigue siendo también su hogar. Debí contártelo, lo siento. Lo único que no quiero es que tengas dudas acerca de nuestra relación.

—El que lo siente soy yo —No debí dudar. Y menos de ti, cariño.— le respondió Dereck.

—Dereck, no habrá más secretos que ocultar entre nosotros. — le susurró Dunia, mientras se abalanzaba a sus brazos.

Había sido un día largo y ambos estaban cansados. Demasiadas emociones habían 

pasado a lo largo del fin de semana. Lo finalizaron tranquilos. echados en el sofá, mientras en el calor del hogar, veían tranquilamente una película, acompañados de palomitas.

Capítulo 5

Octubre había llegado y con él un cambio de aires en el ambiente empezaba a surgir. Los días de calor pasaron deprisa, dando lugar a la brisa nocturna, en la que una chaqueta por encima, no molestaba. Se aproximaban tiempos complicados.La temporada alta de verano había finalizado y muchos hoteles despedían cordialmente a sus clientes, los turistas, hasta la próxima temporada. 

Eso significaba que los contratos de verano también se terminaban, avisando a los empleados, que no podían disponer más de ellos. Dereck sabía que llegaría este día. Así se lo hicieron saber en el bar donde trabajaba temporalmente de camarero. 

—Dereck, ¿puedes venir un momento a mi despacho? —le preguntó con voz ronca su superior. 

—Voy a atender a los clientes de la mesa 43 e inmediatamente vengo —le hizo saber.

—Por tu expresión, imagino que sabes porque te he hecho llamar —le dijo su superior, apagando su cigarrillo.

—Me imagino que se debe a mi contrato…

—En efecto. Tienes buena intuición. Eres un buen empleado, no me cabe duda. Pero tu contrato finaliza en estos días y debes comprender que la temporada alta se está terminando. 

—Lo sé. ¿cabe alguna posibilidad de que me contraten para más tiempo? —quiso saber Dereck.

—Ahora mismo, no. Lo siento. Pero ten presente que el año que viene te llamaremos de nuevo. Eres un buen empleado. De todas formas, en un futuro puede que hubiera la posibilidad de un posible contrato fijo…—dijo su superior mientras se tocaba su barbilla, pensativo. 

—Muchas gracias, de todas formas.— respondió Dereck.

Dereck, pensativo, había hablado la noche anterior con Dunia de que tendría que salir a la ciudad por la mañana temprano en busca de trabajo. Su contrato como camarero había finalizado y tenía que ir en búsqueda de uno. 

—Tranquilo, seguro que encuentras alguna oferta de trabajo—le tranquilizó Dunia.

—Eso espero, cariño. 

A la mañana siguiente, Dereck besó con ternura a Dunia, aún dormida. Deambulo por todos lados, ofreciendo sus servicios y no encontró nada. No tuvo suerte. Siempre recibía la misma respuesta. La falta de trabajos era un mar de desierto en el que se encontraba él y muchos otros ciudadanos.  Cansado, empezó a masticar un chicle de menta. Aunque pudiera parecer una tontería, a él siempre le consolaba. Sentía el estrés que le producía la situación laboral, mientras caminaba por la acera de un lunes ajetreado. Típico de la ciudad. Había perdido la cuenta de los currículums que había echado u ofrecido a cuántos establecimientos encontraba a su paso. 

Al llegar a casa, aprovechó que Dunia aún no había llegado, para darse una ducha y relajar sus tensos músculos. Al salir a la habitación se secó con una toalla y se puso las pantuflas. Tenía los pies cansados de tanto caminar.

Cuando Dunia apareció por la puerta, pudo ver el cansancio y la frustración en sus ojos. Así que prefirió no preguntar por cómo le había ido en la ciudad. 

Cenaron en silencio y en armonía. Lo que no imaginaba Dereck era la sorpresa que le tenía preparada Dunia. 

Dunia aprovechó para cambiarse y en el dormitorio, lo recibió con su blusón violeta, que le hizo enloquecer de pasión. 

—Amor mío, tengo un trabajito para ti. —le dijo con una sonrisa pícara.

Pasaron la noche entre gemidos de pasión. Olvidando los problemas del día. Sus pensamientos estaban en otra parte, enredados entre las mantas, siguiendo el recorrido de cada poro de sus cuerpos. Dereck se sumergió en las profundidades de Dunia. La mujer que siempre tenía esa faceta que le hacía enloquecer de pasión. 

CAPITULO 6

Después de una semana, Dereck había recibido la buena noticia de que necesitaban a un camarero y éste no dudó un segundo en decir que sí estaba interesado. Necesita trabajar. Tener un trabajo. Aunque solo fuera estable por unos cuántos meses. Habría ganado lo suficiente, para poder vivir y seguir avanzando. Desde que sus padres fallecieron en un accidente de tráfico, nunca más le gustó adelantarse a los acontecimientos. Aprendió a vivir del día a día. El conocer a Dunia, había sido la mejor de su vida. 

En cuánto a Dunia. No había tenido tanta suerte en el ámbito laboral. Al ser una mujer inmigrante y sin todos los papeles necesarios, aún por cumplir, para poder ganarse el pan. 

Dereck amaneció contento de saber que podría pasar el día con Dunia, pues le habían dado el día libre. Normalmente libraba un día a la semana. en el que podía dedicar a sus cosas. Una de ellas era despertar junto a Dunia, oler el perfume de sus cabellos y verla abrir los ojos.

Decidió hacer unos mojitos para acompañar durante la cena. Estaba tan acostumbrado a hacer en el bar, que hoy podría ser una ocasión para poder enseñar a Dunia cómo se preparaban. Y qué mejor manera que hacerlo juntos.

—Bueno, creo que tenemos todos los ingredientes para hacerlos —mientras reflexionaba, tocándose el mentón.

—Ayer fui a comprar algunas cosas que nos harían falta —respondió Dunia

Mientras preparaban los ingredientes con los que tenían que realizarlos, Dunia prestaba atención. Nunca sabía cuándo necesitaría aprender a hacerlos. 

—2 cucharadas de hojas de menta fresca, compactadas … .Prosiguió Dereck.

—A continuación 1 lima pequeña cortada en 4 gajos…

—La estoy terminando de cortar —le indicó Dunia curvando los labios con una sonrisa.

—Humm…¡y que no falta media taza de ron blanco! —añadió Dereck, satisfecho.

—Nos olvidamos algo…—dijo pensativo

—¡Ya sé! —las 4 cucharadas de azúcar —exclamó entusiasmada Dunia. 

—Y por último, 1 ½ taza de cubitos de hielo —concluyó Dereck.

Brindaron por ellos dos. Cada día se sentían más unidos. Dereck siempre había pensado que lo que llamaban media naranja, no existía. Otro mito más. Fue conocer a Dunia, cuando empezó a creer en una posibilidad, en que el destino deseó que se encontraran. 

Al día siguiente, unos golpes en la puerta, llamaban a la puerta con insistencia. Dunia fue a abrir con temor. Dereck se encontraba en el trabajo. 

—¡Abran la puerta! —Somos la policía. 

—¿Qué desean? —preguntó con el ceño arrugado, viendo como los dos agentes, se miraban a los ojos.

—¿Usted es la hija de Esteban García? —preguntó uno de ellos.

—Sí, soy yo. ¿Tienen noticias de mi padre? —les preguntó alarmada.

—No. Además, no venimos para hablarle de su padre…—sino de usted señorita…

—Traemos una orden de que debe abandonar el domicilio.

—¡Cómo! —Pero no tengo a dónde ir. Mi padre y mi única familia. Este es mi hogar. 

—Son las leyes del Estado de Escocia. Me explico —prosiguió uno de ellos —Al ser mayor de edad, no puede habitar un apartamento de un presidiario. Aunque usted sea su hija. 

—Tienes 24 horas para desalojar la vivienda. En caso contrario, tendremos que echarla por las malas —dijo con crueldad en su tono de voz.

—Pero…Pero —Dunia estaba sin palabras. 

Dereck encontró a Dunia sollozando, mientras recogía las pocas pertenencias que había traído consigo. Un manto de lágrimas cubrían el rostro de Dunia que no podía dejar de llorar. La rabia y el dolor le consumían por dentro. 

Dereck encontró a Dunia sollozando, mientras recogía las pocas pertenencias que había traído consigo. Un manto de lágrimas cubrían el rostro de Dunia que no podía dejar de llorar. La rabia y el dolor le consumían por dentro. 

Se lo explicó todo a Dereck, quien no dejó de abrazarla y de consolarla. 

—No estás sola —saldremos de ésta y recuperarás la casa de tu padre. Encontraremos otro lugar, en el que poder vivir.

CAPITULO 7

Dereck llamó al despacho de su superior, con la intención de que le pudiera conceder unos días libres, por motivos personales. Cruzaba los dedos para que se los concediera. Era uno de los nuevos empleados y no estaba muy convencido de que le concediera su petición. 

—¿Interrumpo? —preguntó Dereck con el pulso acelerado. 

—No te quedes en la puerta. ¿sucede algo? —preguntó, frunciendo el ceño al ver a Dereck.

—Sé que soy nuevo en el trabajo, y que tal vez no pueda concederme lo que le voy a preguntar. —empezó a decir, nervioso. 

—Dereck… —Si se trata de un aumento de sueldo, todavía no puedo concederte, por el mero hecho de que no hace ni un año que estás trabajando. —le dijo tajante, creyendo que era esa su petición.

—¡Oh, no! —no sé trata de eso. 

—¿Entonces? —preguntó su superior, mientras se tocaba la barbilla, pensativo

—Le explico. Tengo unos asuntos personales que resolver. Necesitaria unos días de vacaciones y al no hacer un año que trabajo en esta empresa, no estoy seguro de que se me puedan conceder…El caso—prosiguió —es que es de vital importancia si pudiera concederme algunos días. Me ha surgido un asunto personal que debería resolver, lo antes posible. 

—En tal caso…—se inclinó en su sillón mientras jugueteaba con un lápiz en la mano, mientras pensaba, mirando el rostro de preocupación que se podía reflejar en Dereck.

—Te concedo cinco días. —dijo finalmente. Se te descontaran de tus días vacacionales. ¿de acuerdo?

—Muchas gracias, señor.

Dunia había quedado en casa, recogiendo las últimas pertenencias, recordando con nostalgia, cada momento vivido, desde el día en que ella y su padre habían llegado hasta este destino. Recogió sus pertenencias más preciadas, sin olvidarse de las cartas que su padre le había escrito. Rescató del desván una caja amarillenta, roída y polvorienta por el tiempo, donde Dunia guardaba celosamente unos objetos que pronto tendría que utilizar. 

—¡Ya he llegado! —anunció Dereck, con una sonrisa en los labios. —desviando a Dunia de sus pensamientos.

—¡Ya llegaste! — exclamó, mientras subía rápidamente las escaleras mientras llevaba consigo la caja amarillenta y la guardaba junto con las demás.

—¿Cómo te ha ido con el superior? —preguntó, mientras suspiraba, frotando la frente del cansancio

—¡Adivina! —me han concedido cinco días. Cinco días en los que podemos ir visitando nuevas viviendas y tener tiempo para organizarnos. 

—¡Eso es magnífico! —exclamó Dunia, mientras besaba a Dereck.

Al día siguiente empezaron a llamar a inmobiliarias y a buscar viviendas que estuvieran en alquiler o en venta. Aunque, sus preferencias estaban en alquilar. 

—Buenos días —dijeron al unísono, al entrar en una inmobiliaria.

—Buenos días— les saludó una discreta mujer de rasgos orientales ¿en qué puedo ayudarles? —les preguntó muy amablemente.

—Queremos hablar con el comercial, que pudiera ofrecernos ver el listado de catálogos de viviendas que tengáis en alquiler —respondió Dereck.

—Por supuesto —respondió, mientras les acompañaba por un pasillo que daba acceso al despacho del Director de Ventas.

Entraron al despacho del Director de Ventas, cuyo mobiliario morado resaltaba entre todas las demás tonalidades. 

—Buenos días.—saludó un hombre de negocios, bien vestido, mientras les daba un apretón de manos a modo de saludo. Siéntense —les ordenó, mientras cruzaba las manos. 

—Estamos interesados en el alquiler de una vivienda —se adelantó Dereck. 

—Muy bien. Entonces les enseñaré nuestro catálogo de viviendas en alquiler que tenemos disponibles en estos momentos.

Les ofreció un libro en el que aparecían las viviendas y el coste de ellas.  

Permanecieron un rato ojeando páginas, a medida que se centraban más en la que fuera más asequible a su bolsillo y práctica para ambos. 

—Si puedo sugerirle alguna opción a tener en cuenta —les respondió el comercial —al ver cómo estudiaban las opciones…

—Hay unas viviendas que están en el centro y se encuentran muy bien de precio, también están cerca de parques y colegios y boutiques. 

—Se nos sale de nuestro presupuesto —respondió Dereck.

—Además, ¿qué le hace pensar que tengamos hijos? —preguntó Dunia. Al ver cómo resaltaba la importancia de tener colegios y centros educativos cerca.

—Perdón, no era mi intención. —se disculpó el agente. 

—Disculpe señor, pero es que mi novia y yo tenemos unos asuntos que resolver y una vivienda en la que residir —se apresuró a responder Dereck, con una sonrisa un tanto forzada.

—¿Y estas de aquí? —preguntó Dunia, señalando unas viviendas más bien pequeñas que se encontraban al final del catálogo.

—Estas casas son muy pequeñas, algunas incluso de una habitación. Ideales para jóvenes sin hijos a su cargo y muchos otros que empiezan a independizarse. —También hay que decir que, se encuentran a las afueras del centro y no hay por el momento muchas de líneas de transporte, aunque tal vez sea una de las sugerencias que pronto llegue a cumplirse, ya que los vecinos, que son pocos, lo han pedido al Ayuntamiento. La ventaja es que están listas estas viviendas para poder entrar a vivir inmediatamente. 

—Nosotros tenemos vehículo propio. Para ello no sería una desventaja. —afirmó Dereck y encaja a nuestro presupuesto. La distancia y el que esté alejado del centro no nos supone ningún problema. ¿Tu que encuentras, Dunia? —ésta asintió con la cabeza. Dando por zanjado el asunto, con tal de poder ir a vivir lo antes posible.  

Estuvieron todo el fin de semana, limpiando y desempaquetando lo que se habían traído. Yendo y viniendo de arriba hacia abajo con el coche. Cuando hubieron terminado con todo, Dunia se encontraba tan cansada que ni apetito tenía. Había preparado la cena y las albóndigas que había preparado, se las tuvo que terminar Dereck. A ella se le había cortado el apetito.

CAPITULO 8

Poco a poco las cosas volvieron a la normalidad. Se familiarizaron con el barrio, con sus nuevos vecinos y con su ambiente. Residían en una barriada pequeña de pocos vecinos. Un nuevo lugar, una nueva vivienda y nuevos vecinos con los que, con el tiempo llegaron a conocer y con algunos llegaron a entablar más amistad.

Leslie era la vecina que vivía al lado. Madre soltera con su hijo Sergio de 12 años, quien estaba en la fase de la adolescencia.Leslie le habló de cómo llegó a vivir a las afueras, después de pasar por un largo y duro divorcio. Por el contrario, Dunia, le explicó su situación. Por todo lo que había pasado llegando de un país a otro muy distinto y de cómo se vió sola en el mundo hasta encontrar el amor en Dereck, que a pesar de todos los baches que habían pasado, seguían luchando juntos para tener un techo.

¡Vaya, amiga! La vida no ha sido fácil para ninguna de las dos. 

Me alegro de que seamos vecinas. 

Yo también. Creo que seremos grandes amigas.  

 

Dunia y Leslie hicieron amistad con facilidad. Gracias a la amistad surgida entre ambas, Dunia no se encontraba tan sola, cuando Dereck tenía que irse para ir a trabajar a la ciudad. 

Y Leslie, por otro lado, había encontrado en Dunia a una amiga con quien poder echar unas risas y hablar de cosas de mujeres, cuando no estaba trabajando de asistente en la limpieza de casas. Tenía un horario muy flexible en el que un día la llamaban para trabajar cuatro horas, como otros dos horas. 

Dunia se encontraba realizando la compra de la semana en el supermercado más cercano, cuando percibió que alguien la seguía, sentía una presencia de estar observada por alguien. El temor le invadió de nuevo, el sentir de nuevo esa sensación de saber que alguien la estaba siguiendo. En su país era de mal presagio. Fingió que no la observaban. Cogió por último el bote de aceitunas, finalizando así la compra y marchó a casa.  

—¡Qué tenga buen día! —exclamó la cajera. 

Dereck aprovechó el camino para pararse en una floristería y escoger una rosa roja para su amada Dunia. 

—¿Quién es la afortunada? —le preguntó la anciana que vendía las rosas

—Es la mejor mujer que se me ha cruzado en mi camino —dijo soñoliento Dereck

—¡Me alegro! — Os deseo lo mejor para los dos. Se despidió la anciana, con su tímida sonrisa.

Ella abrazó a Dereck cuando lo vió con la rosa en la mano, mientras se la ofrecía con uno de sus apasionados besos. Entre beso y beso, se miraron a los ojos y el juego de la pasión siguió, terminados enredados entre las sábanas de la cama.

—¡Toc, Toc!— 

—¿Esperabas a alguien? —preguntó Dereck a Dunia. 

—No. A nadie. —afirmó dubitativa. A no ser que sea Leslie … .pensó para sí misma. 

—No conocemos a nadie más. —respondió Dereck, extrañado. 

Dunia se alisó el vestido y alisó con las yemas de los dedos su pelo y acompañada de Dereck fueron juntos hacía la puerta. La sombra de un hombre parecía estar esperando detrás de la puerta. Al abrir la puerta, se llevaron una desagradable sorpresa. En el umbral de la puerta esperaba el mismo policía, que les hizo echar de la casa de Dunia. 

—Buenas tardes —les dedicó con una sonrisa forzada y un tanto nervioso

—¿Qué es lo que quiere ahora? —preguntó indignada Dunia. Sé quién es usted. Recuerdo fácilmente una cara. El mismo policía que me echó de mi casa y la de mi padre. 

—¡Cálmate, Dunia, cálmate! —intentando apaciguar las aguas Dereck.

—¿Qué es lo que desea, agente? —preguntó Dereck, mientras intentaba tranquilizar a Dunia, sin mucho éxito.

—No sé cómo decirlo, sin que no suene muy forzado. Pero… —tartamudeó— 

Y mirando a Dunia le dijo — señorita Dunia, con todo mi pesar, se me ha autorizado hacerle entrega de este cofre. —temblando de miedo y de cómo respondería Dunia. El agente le entregó un cofre gris con las iniciales D.E.P a los lados. 

—¿Qué significa este cofre? —preguntó con lágrimas en los ojos. 

—Le hacemos entrega de las cenizas de su padre. Lo siento mucho.

—¡Noooo! —gritó entre sollozos ahogados. ¡Cómo, porqué…! —¿Habéis sido vosotros los culpables de su muerte? —preguntó Dunia, mirando al agente con una mirada llena de ira y de terror. 

—Falleció por una enfermedad extraña, de la que no teníamos cura.

—¡Fuera de mi casa! —No quiero volver a ver su rostro aparecer por aquí. En el caso de que aparezca, yo misma le mataré. 

—¡Agente, Agente! —exclamó Dereck. Mi novia está muy afectada, compréndelo. El agente asintió con la cabeza. —Mis condolencias. 

Había pasado el tiempo y Dunia empezó a cambiar. Dereck lo percibía. Ya no era la cálida y dulce Dunia de la que se había enamorado. Tras recibir las cenizas de su padre, había decaído en un trance de depresión del que no había manera de que volviera a ser la de siempre. 

Cerca de la casa había un lago en el que Dunia se pasaba horas y horas observando. En su mente una venganza iba creciendo, mientras cerca del lago, reflexionaba, cómo llevarla a cabo

CAPITULO 9

El cielo se tiñó de gris y una angustia se apoderó de Dunia, cuando el avión se preparaba para aterrizar en el aeropuerto de Perú. Su ciudad natal y la de su padre. Dereck no soltó la mano de Dunia en ningún momento. Se encontraba preocupado. Tras la pérdida de su padre, no había vuelto a ser la misma. Había intentado por todos sus medios, hacerla sonreír o simplemente hacerla sentir algo mejor y desviarla de sus pensamientos. Pensamientos ocultos que solo ella guardaba en su mente y que no podía compartir con nadie. Llevaba el dolor por la pérdida en su interior, lleno de rabia e impotencia.

Enterraron junto al sauce las cenizas que su padre hubiera deseado. Lágrimas empezaron a surcar por sus mejillas. Desolada, se llevó un almíbar a la boca para reponer las pocas fuerzas que le habían quedado, por insistencia de Dereck.

Cuando regresaron de nuevo a su casa, Dereck se reunió una tarde en busca de algo o alguien que pudiera mitigar el dolor de su amada. Recordó la confianza que había depositado en su vecina. Una tarde se reúne con Leslie, en busca de respuestas qué hallar para saber cómo ayudar a su amada Dunia. No soportaba verla abstraída y distante. Solitaria.

Leslie tan solo pudo darle algún consejo de qué hacer. Pero por desgracia, desde lo ocurrido, no había vuelto a aparecer por su casa. Ella también la añoraba, así como extrañaba su comportamiento. Pero había personas que buscaban el duelo en el aislamiento y otras en los demás.

CAPITULO 10

Mientras Dunia se encontraba tomando un café en el bar más cercano a su casa, alcanzó a escuchar la conversación de unos hombres que hablaban acerca de una mujer llamada hechicera, que últimamente estaba frecuentando por la zona. 

—Si, como lo escuchas. Me han llegado ciertos rumores desde la oficina donde trabaja mi padre, que ha alquilado a una mujer bastante misteriosa la casa más abandonada de la zona. 

—¿Y cómo saben que puede ser una hechicera? —preguntá su amigo, no muy convencido.

—Me fio de padre y por cómo me la he escrito es igual a cualquier hechicera, o mujer a la que sé que no me acercaría jamás. 

—Entonces iré con cuidado a toparme con ella. 

—Lo único que se sabe de ella es su nombre que aparece en el contrato de alquiler. —Se llama Vicky, es la única información válida que se sabe de ella. 

Dunia esperó a que se fueran los dos hombres y quedó pensativa mientras analizaba la información que había obtenido de dicha conversación. Estaba tan absorta en sus pensamientos de encontrar a la hechicera Vicky, si es que en realidad lo era. Tan solo el saber le producía un cosquilleo en el estómago de poder encontrar una solución u ayuda a su venganza que no había olvidado con tanta facilidad, que no se percató de que Leslie se había sentado en su mesa. 

—¡Al fin te encuentro! —creí que me estabas evitando, le dijo con una sonrisa en sus labios. 

—Hola Leslie…—No he aparecido por tu casa, ya sabes. Aún llevo el duelo de mi padre muy adentro de mí. 

—Lo comprendo. Quería saber de ti, al menos. ¿Cómo estás?

—Lo voy llevando… —respondió inclinando los hombros.

—Si necesitas algo, hablar conmigo o tener compañía cuando Dereck está en el trabajo, ya sabes donde encontrarme. 

—Gracias Leslie. —Algún día vendré a visitarte.

—¿Puedo darte un consejo? —no encontrarás el consuelo en la soledad, sino en tus seres queridos. Y rozando su mano en uno de los hombros de Dunia, se levantó y despidió.

 —No olvides visitarme. ¡Hasta pronto! —se despidió Leslie

—Hasta pronto —respondió a su vez Dunia.

Cuando Dunia abandonó el café lo hizo con la intención de irse a casa, aunque la conversación de los hombres regresó a su mente y decidió ir en busca de la casa donde se alojaba la llamada hechicera Vicky. 

—¡Dereck! —llamó Dunia detrás del auricular. 

—¡Sigo en el trabajo! —no sé cuando regresaré. ¿Todo bien? —deseó saber Dereck.

—Sí, tranquilo. Llamaba para avisarte de que yo también no estaré en casa. He ido a hacer unas compras y tal vez regrese un pelín tarde. 

—Tranquila, por aquí hay un evento y parece ser que la noche será larga. 

—No pasa nada, mi amor. Lo primero es lo primero. Yo estoy bien. 

Todo marchaba según lo previsto. De esta forma Dunia podía aprovechar para hacer un desvío en el camino y encontrar la guarida de Vicky. Sus pasos se adentraron entre la espesura de la maleza, aún húmeda y mientras caminaba pudo distinguir a lo lejos, escondida entre los árboles una pequeña caseta, donde otros no irían a vivir ni a visitar. Se encontraba en medio de la nada, rodeada de árboles y maleza que crecía en abundancia. 

Al acercarse a la puerta, ésta se abrió despacio, recibiendo a Dunia la entrada a la acogedora casa de Vicky. Al principio no supo si desechar o no la invitación. Temor y respeto le infundía el aroma de incienso proveniente de la sala comedor. 

—Entra, querida —la instó a entrar la mujer de mirada intensa. ¿Dunia, verdad? —preguntó, mientras le miraba a los ojos, como si intentara leer su mente.

—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó, sorprendida

—Sé muchas cosas, querida. He vivido muchos años en este mundo. Sé cuando alguien necesita de mí, cómo quien pretende hacerme algún mal. Te preguntarás cómo sé tantas cosas. Deduzco que has oído hablar de mí, ¿cierto?

—Sí, es cierto. —afirmó Dunia. Y no he venido a molestar, tan solo deseo saber si me puede ayudar.

—Soy todo oídos. Tú dirás. Mi nombre es Vicky, aunque por estos lares me han empezado a llamar la hechicera. Por mis costumbres, tan diferentes a las vuestras. 

— Deseo saber si podría ayudar en un asunto de crucial importancia.

—Percibo en tu voz ira. ¿Deseas vengarte de alguien? —preguntó

—Dunia asintió.

Durante unos días se aislaba algunas horas, para encontrar fraternidad en la hechicera, quien le enseñó el arte del vudú y el alfiler que debía clavar en las zonas más delicadas para ver sufrir al policía que le entregó las cenizas de su padre. 

—Dunia, te he enseñado, prácticamente todo el arte del vudú. Ahora solo deseo que tengas suerte. Tus ojos claman venganza. El odio de tu corazón debe ser eliminado de tu cuerpo. Solo así hallarás la paz interior. 

—Gracias por todas tus enseñanzas.

—De nada, querida. Solo he hecho mi trabajo. Necesitabas de mi ayuda. Y eso es tan solo lo que he hecho. 

—¡Espera! — Antes de irte te quiero dar este medallón de plata. Es un amuleto. Te ayudará con las malas energías. 

—Gracias de nuevo —respondió mientras se colocaba el colgante en el cuello. La figura del medallón empezó a brillar como por arte de magia cuando entró en contacto con su piel. 

—¡Suerte, Dunia! —Estaré aquí siempre y cuando me necesites. Dicho esto, Dunia se alejó dispuesta a luchar y no dejarse vencer.

CAPITULO 11

Dunia se encontraba en la sala de estar junto a Dereck, mientras el televisor retransmitía una película a la que no prestaba demasiado interés. Su mente se encontraba pensando en que tenía que hablar con Dereck. 

—Dereck —creo que debemos hablar —le sugirió, mientras le cogía cariñosamente de la mano. 

—¿Ha ocurrido algo, Dunia? —preguntó alarmado. Sobre todo por los cambios de humor que solía frecuentar últimamente Dunia. 

—Le he estado dando varias vueltas y creo que deberíamos hacer las paces con la policía. 

—¿estás segura de que es buena idea? — respondió dubitativo.

—Dereck, no he olvidado y no voy a poder olvidar nunca lo que hizo y nos hizo. Pero, creo que es conveniente no tener rivalidad alguna con la ley. Lo que me importa ahora somos nosotros dos. No me importa nada mas.  

—Entiendo —musitó mientras se acariciaba, el mentón de la barbilla. No es que perdones al policía por lo hizo sino para no tener problemas en un futuro, ¿es eso lo que quieres dar a entender?

—Exactamente —afirmó Dunia

Decidieron entre los dos invitarlo a cenar. Dereck no había dicho nada, pero eso le sonaba más a chantaje que a otra cosa, aunque prefirió no decir nada y seguir los pasos de Dunia. Prefería en estos momentos seguir sus pasos que no contradecirla, por temor a que hiciera alguna locura de la que se pudiera arrepentir.  

Dereck desconocía las salidas y quedadas que había mantenido con la hechicera y todo lo que había aprendido. En el sótano, Dunia tenía sus anotaciones y su muñeco vudú. Antes de la cena lo preparó con esmero, clavando cada aguja donde tenía que estar, en el punto exacto, donde sabía dónde percibir el dolor. 

Cuando el cielo se tiño de negro invitaron a una pizza al policía para hacer las supuestas paces. 

En la cena se vistió de negro, con el medallón de plata que le dió la hechicera. Dereck, encontró a Dunia radiante como siempre, aunque no dejaba de tener ese aire misterioso, que todavía detectaba en su amada. ¿Habría sido buena idea invitarlo? —pensó Dereck para sus adentros…

—¡Toc, Toc! —llamaban a la puerta. El policía llegó a la hora indicada con unas cervezas en la mano.

—Pase, pase… —se apresuró a indicar Dunia. No tenía porqué molestarse —le respondió, al ver que en las manos traía cervezas. 

—Era lo mínimo que podía hacer —respondió educadamente. 

La velada parecía ir según lo previsto y Dereck se alegraba interiormente de que no hubiera habido ningún percance. Era lo que más temía. Entre alguna que otra risa o comentario gracioso, por lo demás, Dereck creía que la cena daría sus frutos y terminaría en una cena tranquila. 

—A veces me consideran un Mefistófeles —aunque no creerán en esas historias, imagino —dijo a modo de broma y suavizar el entorno, negando con la cabeza. 

Tras tomar otra cerveza, el policía empezó a sentirse un poco mareado, así que decidió irse a casa. 

—Gracias por todo —pero debo irme, me he empezado a sentir mal, repentinamente, mientras se tocaba el pecho con una mano y con la otra el estómago. En el mismo lugar donde Dunia tenía clavadas las agujas de su muñeco vudú. 

—A usted, por venir —respondió Dunia.

—¿Desea que le acompañe? —le preguntó Dereck, ofreciendo su ayuda. 

—No será necesario. En serio. Muchas gracias.

Al cerrar la puerta y despedirse, Dunia se acercó a la ventana más próxima y vió alejarse al policía. “Tu pesadilla solo ha hecho más que empezar” —pensó para sí misma, esbozando una sonrisa, un tanto siniestra.

CAPÍTULO 12

Al día siguiente encontró en la mesa de su despacho, una nota que le indicaba que había un caso de asesinato en el bosque y que debía ir a inspeccionar. El policía no lo dudo. Era su trabajo. A veces se consideraba como Higlander, nacido de las tierras altas, estaba acostumbrado al frío. Se encaminó hacia el bosque y una niebla extraña y misteriosa se apoderó del ambiente, cuando una molestia de dolor empezó a sentir en el pecho empezó, cuando se colocó la mano en él. 

El cielo se tiñó de rojo, y su pecho empezó a arder, mientras caía de espaldas al percibir una sombra, que se movía con agilidad. Sin darle tiempo a reaccionar, por el dolor que sentía en el pecho, cuando en breves fracciones de segundos, pudo notar como era golpeado por un palo contundente, quedando inconsciente. Al despertar se encontraba atado de manos y pies dentro de un profundo agujero. 

Una sombra femenina apareció de entre las sombras con una pala y sin decir palabra empezó a echar la tierra dentro del profundo hoyo. Sus ojos lo miraban con frialdad. Era ella.

El policía aterrado la reconoció. Era Dunia, hija del fallecido en prisión. Quien él mismo le entregó sus cenizas en su día. Fue a hablar y a gritar para que pudieran oírlo, pero nadie pudo escuchar sus súplicas. Dunia ya se había encargado de cubrir la boca para evitar que sus gritos de auxilio no fueran escuchados.

Sus únicas palabras que pudo escuchar fueron: te enterraré vivo, hasta que tus pulmones dejen de respirar y encuentres la muerte en este profundo hoyo. Ésta es tu tumba.

Sepultado bajo tierra, encontró su muerte. Había vengado a su padre. 

Nunca encontraron pistas sobre el policía que había desaparecido ni los huesos que debajo tierra se encontraban. 

Dereck albergó la posibilidad de que Dunia podría saber algo al respecto, aunque no se atrevió a decirle nada, por temor a la reacción que ésta pudiera tener. Almacenó esa idea en su mente durante unos días, hasta que desistió y dejó volar esa idea de su mente. Demasiadas casualidades, se preguntaba, que justo el mismo policía que le entregó las cenizas de su padre, fuera el que de la noche a la mañana, hubiera desaparecido.

Nunca más se supo de su existencia. El caso lo cerraron, con la intención de mantener la esperanza de que regresara, aunque nunca regresó, ni lo haría. 

Por otro lado, Dunia había roto la promesa que se hicieron Dereck y ella. El de no existir secretos entre ambos. Dunia no podía confesarle, por mucho que rompiera la promesa que se hicieron en su día, que ella era la responsable de la desaparición del policía. Así que prefirió mantener sellado sus labios a confesar una verdad que podría no solo afectar a su relación, sino que su vida podría correr peligro.

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