Llegué a casa cansado, después de dos semanas internado en el hospital. Ahora tan solo tenía ganas de echarme en mi cama, impregnada por el aroma todavía de mi mujer. Amanda y sus notas de música, aún en mi mente resonaban, lejanas pero eternas. ¡Amanda!, ¿por qué tuviste que marcharte tan pronto?.

-Señor Adrián – ¿necesita alguna cosa o que le prepare alguna infusión? – le preguntó el mayordomo. – todavía preocupado por el regreso de su Señor.

-No. Gracias, Fredrick – tú tan servicial como siempre. – lo que necesito ahora es descansar y estar a solas.

-Como mande, mi Señor. – cualquier cosa no dude en llamarme, enseguida. – afirmó el mayordomo

Tumbado en la cama, mis pensamientos volvieron a mí de forma repentina. Posé una mano en donde se supone que mi Amanda tendría que estar, y lo que tocaron las yemas de mis dedos fue el lado de la cama vacía y fría.

Mis ojos vidriosos retrocedieron en el tiempo. Amanda era una gran violinista. Tocaba el violín con el alma y su corazón, con una pasión desmesurada. Amada por los que la rodeaban y aclamada por su público. Ahora en polvo y cenizas se había esfumado.

Mi mente divagó a la fatídica noche. Se estaba celebrando una fiesta en su honor, por su gran actuación. Su rival, Catherine le había servido una copa. Cuando sus labios sorbieron de ella, Amanda dejó inmediatamente de respirar. El caso se dio por cerrado. No encontraron nada que relacionase a Catherine con el crimen. Caso cerrado, sin resolver, archivaron en sus archivos. Catherine, quien creyó llegar a ser una estrella, no lo consiguió. Meses más tarde, la incriminaron como culpable del crimen cometido.

«Muerto estoy en vida» – me repito sin cesar. Me lo repito cada vez que pienso en ti.

Cerré los ojos del cansancio y una melodía llegó a mis oídos, profunda y cautivadora. Parecida a la música que siempre mis oídos habían escuchado tocar de mi mujer…La música no dejaba de sonar, no dejaba de escucharla, de sentir, de creer que mi mujer era la que estaba tocando. Cuando la realidad era otra.
Si la locura formaba parte de estar cerca de la persona a la que amaba, bienvenida sea. Claro está que no podía tocarla, pero su silueta estaba allí, de pie. Su alma tocaba para el. Y la culpable del crimen de su amada, se encontraba entre rejas. Se había hecho justicia.

Anuncio publicitario