Las últimas palabras resonaron en mi mente, como un volcán en erupción. Sería la última vez que volvería a pisar la casa de mi suegra. La última. Me lo prometí a mi misma y es lo que iba a cumplir.

La cruz ya estaba hecha. No había marcha atrás, a sus crueles palabras que de su boca, como rayos de fuego, salieron repentinamente.

La última cena, la última comida en la que sería partícipe. De hecho, así lo decidí, por mi bien, por mi salud. No volver a pisar su casa. No volver a escuchar de su boca, a escondidas de mi pareja; su hijo. todo lo que opinaba de mi. De mi forma de ser y de actuar. Porque todo lo que ella decía no era verdad.

Supongo que quería que nuestra relación entre su hijo y yo se esparciera a cenizas. Sino, ¿Qué motivos le había podida dar?. Ninguno.

Siempre ocultando su otra cara. Siempre demostrando un aprecio, del que no era verdad. Del que no era aceptada por ella. En cambio, lo disimulaba muy bien. A las llegadas de su casa, ambos besos en las mejillas siempre me ofrecía. Ahora sé, que no eran besos de bienvenida.

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