Tic tac, Tic Tac – oigo crepitar el sonido en mi mente, del reloj de pared de la sala comedor. Es un sonido que puede llegar a ser aterrador, sobre todo cuando envejeces. Hace recordar el tiempo que vas a permanecer en este mundo.

Tic, Tac, Tic Tac – siempre dando la bienvenida a casa. Las manecillas del reloj siempre marcando la hora, siempre hacia adelante. Tocando a cada hora. Para seguir oyendo el Tic Tac sin cesar…

Antonia, seguía recordando el día en que su marido, llegó a casa con el y lo colocó en la pared. Desde ese día ha permanecido en la estancia. Ahora, fallecido unos años atrás. Lo que era un cántico al que se acostumbraron rápidamente, cuando ambos eran jóvenes. Ahora, en la actualidad, habitaba Antonia sola en la casa, con la única compañía del sonido que las manecillas del reloj iban marcando.

Tic, Tac, Tic Tac – La juventud se había esfumado, así como su marido tuvo que abandonarla de este mundo, dejando sola y viuda. El cántico se había convertido en un aterrador sonido, que le hacía recordar, que existía un solo segundo en el que el tiempo para ella, cesaría. Sus sentido dejarían de oír las manecillas del reloj.

El silencio se convertiría en el único sonido que formaría parte de ella. Dejando su cuerpo inerte en la mecedora, que antaño fue de su difunto marido. Su alma viajaría hasta reencontrarse con el, en la otra vida.

En la sala, las manecillas del reloj seguirían tocando, marcando el tiempo hacia adelante. Tiempo que que cesó para Antonia. El tiempo la abandonó, sus ojos cerrados se encontraban. Su tiempo se había detenido.

 

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