No necesito un juicio. Mis manos teñidas de sangre están para el resto de mi vida. Me considero culpable y no necesito de una balanza para justificar lo que hice. El peso que voy a llevar de por vida, es el de la culpabilidad. Maté a mi hermana. Lo reconozco, La mate a sangre fría. Sangre de mi sangre.
Sabía que mi marido me era infiel. Los sospeché tras indagar en sus ropas y oler el perfume de otra mujer. Ver marcas de pintalabios o marcas en su cuello que lo delataban. Pero lo que nunca imaginé fue encontrarme que la amante de mi marido era mi propia hermana. Cuya bala atravesó su corazón.
El peso de mi culpabilidad reside sobre mis hombros. Porque aunque mis actos, fueran fruto de las infidelidades de mi marido. Fui yo la que disparó el arma, que terminó con la muerte de mi hermana. Mi única hermana.
En mi cabeza resuena la palabra «Culpable», como un destornillador que atraviesa mi mente. Sé lo que hice. Sé lo que soy. Mis remordimientos juegan con mi mente, haciendo que me sienta mas vacía por dentro. No sé cuanto tiempo permaneceré encerrada en esta prisión. Aunque termine saliendo, algún día, si es que salgo. Mis miedos y temores serán aún mayores. Condenada estoy de por vida. Mi vida se ha convertido en una condena, en un infierno que arde dentro de mi.