De todas las etapas de la vida a la que no regresaría sería a mi infancia. Dícese de la que la infancia debe ser la etapa más hermosa y feliz que debe ser vivida por un niño; pero no fue mi caso. Después de un trágico accidente de coche a los catorce meses de vida, la infancia feliz que pude haber tenido se esfumó.
Por desgracia tuve conciencia mucho más adelante cuando las secuelas empezaron a rondar en mi cuerpo, en mi ego, en ese entonces a mis cinco años de edad comprendí qué era y cómo se siente el dolor interior de una persona.
Salí del coma, gracias a Dios y pude vivir. La vida me ofreció una segunda oportunidad a la tan poca que había tenido. Recuperada y recién operada a casa regresé junto a mis padres.
A los cinco años, las secuelas del trágico accidente que tuve regresaron para torturarme y ofrecerme una infancia infeliz.
Todo empezó cuando me fui a dormir. Soy una persona que desde muy niña siempre había dormido y despertado en la misma posición. Nada ni nadie habría podido despertarme, excepto lo que ocurrió.
Dormía en mi cama tranquilamente cuando me despertaron unos temblores en mi cuerpo. No era un terremoto, ni tampoco una pesadilla. Estaba despierta, me habían despertado unos temblores procedentes de mi cuerpo. Mi mano izquierda temblaba sin parar y mi pierna izquierda también. No podía controlarlo, y lo peor es que no se paraban, hasta que mis gritos de miedo, hicieron que mis padres vinieran a socorrerme.
Esa noche la pase en el hospital, cuyos médicos me hicieron las mil y una pruebas, detectando así, unas neuronas que se me disparaban con más energía que otras.
Empecé a tomar medicamentos que el propio medico me recetó. Por fortuna siempre he sido de carácter optimista, cualidad que me salvo mas de una ocasión del sufrimiento que llevaba conmigo. Eso no me obligo a hacer otra vida diferente a los demás niños. El único inconveniente, era que perdía el el equilibrio de la parte izquierda de mi cuerpo, con lo cual me hacia caer.
Cierto que sufrí, pero también aprendí. Aprendí a valorarme pese a mis dificultades, a hacer frente cuando hay que hacerlo, a saber vivir de la vida, porque la vida no es de color de rosa. No esperar ayuda de nadie, porque la mayoría no te la dará. Aprendí a valerme por mi misma, a levantarme sola cuando me caía y a defenderme contra quién me dañara. Sí, la vida no fue fácil y la infancia el comienzo de la pesadilla.
Pero la voluntad de seguir me hacia levantar. Tras finalizar mi infancia, llegó la adolescencia y con ella la operación que me me salvó de mi tortura. Finalmente quedaron los cicatrices dentro de mi ser, la de una infancia perdida.