Subía las escaleras con elegancia y parsimonia. De una belleza sin igual, como si de una princesa se tratara con su vestido rojo y largo, que dejaban al descubierto una de sus pierna, cada vez que subía uno de los peldaños, que conducían al piso de arriba. Su lacios cabellos le llegaban hasta casi la cintura, bailaban al son del movimiento de su caminar.
Desde la barra del bar, podía verla perfectamente. preguntándome quién podría ser. De todos los invitados, que habían asistido a la boda, casi todos habían venido con sus parejas. Todas ellas enjoyadas de arriba abajo y en sus rostros, un sinfín de maquillaje cubrían sus rostros.
Volví la vista a la mujer que me había robado el alma. Sus labios del color carmesí, seducían a quien la mirase. Me tenía hipnotizado. Cogí mi copa, mientras sorbía con avidez del cóctel, mientras mis ojos no dejaban de perder de vista a la mujer de rojo, que estaba a punto de llegar al final de la escalera, en la segunda planta de arriba.
Un peldaño más y ya habría llegado. Pero se paró en seco. Un giro inesperado hizo latir mi corazón. Sin más, se dio media vuelta y me miró, directamente a los ojos. Dejando al descubierto un largo y bello cuello, como el de un cisne. Su mirada penetró en mi como una flecha. Había descubierto mi presencia.
Dejé la copa en la barra y sin apartar la mirada de la suya, me ajuste la corbata, alisando la americana. Y me encaminé, como cual caballero hubiera hecho, para pedir disculpas por mi atrevimiento a observarla con mi osadía. Ella seguía esperando, sin apartar la mirada de mi, mientras me encaminaba a subir por la escalera que ella con tanta elegancia había pisado, peldaño a peldaño.
Mi corazón palpitaba cada vez más rápido, cuanto más me acercaba a ella. Hasta llegar al peldaño que me situaba frente a frente.
-¿Nos conocemos? – me preguntó
-Todavía no – trague saliva – Aunque para mi seria un placer. Mi nombre es Sebastian.
-Silvana – respondió con ambos besos en las mejillas.
-¿Como es, que una dama como usted, no tenga acompañante? – mirando su reacción
-Sebastian eres muy observador. Pero, ¿Quién dice que no lo tenga? – me respondió, mientras me miraba.
Tirando de la corbata de Sebastian, sus cuerpos se aproximaron lo bastante cerca, para que sus labios pudieran corresponderse.
-Lo tengo a mi lado – le respondió Silvana. – subiendo juntos el último peldaño.
¡Ya era hora que algún Sebastián sea protagonista de un relato!…muy bueno.
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Me alegro, Sebastián!.
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