El amor surge de la manera menos inesperada, surge del alma. Aún recuerdo aquella noche de otoño, en el que sentada en un banco me encontraba, contemplando el atardecer, mientras una hermosa luna reaparecía detrás de las nubes, asomando e iluminando la oscuridad de la noche. A tan solo unos metros de distancia, la presencia de una farola, carente de escasa luz, empezaba a parpadear, tornándose la noche más fría.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me disponía a irme, cuando un alto y apuesto joven se me acercó, sin saber que este fuera el principio de una apasionada historia de amor entre el y yo. Su aura me impregnó al instante, sus ojos brillaban en la noche, como rubís.
Apareció de la nada, como un ángel apuesto de carne y hueso. No sé si fue amor a primera vista, o fue tal vez un flechazo. El caso es que al mirarnos supimos que estábamos destinados a estar unidos.
Nos amamos bajo una luna llena, hermosa y radiante. Sin saber que la luna era testigo de nuestro amor. Guiados por el corazón.