Querida Verónica;
Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y borrar todas las mentiras que dije, creyendo que de esta forma ganaría tu confianza. Me equivoqué. Sin saber, sin tener el coraje de decirte la verdad sobre mi existencia. Sobre mí. Nunca te he sido infiel, pero sí me he engañado a mí mismo y también a ti, con el mero hecho de inventarme una nueva personalidad; que no es la mía.
Mi verdadera identidad es la que conociste aquel día en el parque y del cual te enamoraste. Mi error fue convertir mi verdadera forma de ser en una sarta de mentiras de un «yo» inventado.
Tal vez y digo tal vez, si hubieras sabido de mi pasado, hubieras huido de mi lado. Por eso, me he mentido a mi mismo; a los dos. Convirtiendo mi vida en la de una persona que no es en realidad. He cometido muchos errores en mi vida, de los que algún día te hablaré, pero el mayor de todos, fue mentirte sobre mi vida pasada.
Me avergüenzo de mi pasado, aunque ya haya retomado mi vida un rumbo normal. Pero, en cambio, al conocerte, me enamoré de ti de tal manera, que quise esconder todos los trapos sucios de mi pasado. Sin imaginar que éstos saldrían a la luz. Ese ha sido mi error y por el que pagaré toda mi vida.
Por eso, muy a mi pesar, me alejo de ti. No podría mirarte a los ojos, sabiendo que te he ocultado lo que no debí.
Admito que sí, fui un alcohólico; aunque ya me recuperé. Mi miedo a contártelo me ha traído consecuencias. Confieso que mi vida no ha sido fácil. Mi niñez fue solitaria. No conocí a mis padres, cambiando cada dos por tres de casa de acogida en a otra.
Cuando fui mayor de edad, las malas compañías me llevaron a beber. Hasta que hubo un límite en el que dependía mi salud. Ingresé en una clínica para que me ayudaran a recuperarme de todo lo que durante mi juventud había ingerido.
Al cabo de dos duros años, rejuvenecí. Me convertí en un nuevo David. El resto, ya lo conoces.
Te quiero, Verónica.
David.
Todavía resuena en mi mente, el grito de Verónica, que el eco me hizo llegar a mis oídos. Intenté no mirar atrás, cuando mi nombre pronunció. A pesar de querer girarme, sabía que no debía. Demasiado daño había hecho para sanar las heridas que en su corazón habían quedado, impregnadas como si de pequeños fragmentos de cristales se tratasen.
-David, David, David… – el eco me castigó. – Haciendo recordar cada noche, la voz de Verónica, llamándome, desde la lejanía.
Ha pasado un mes desde mi partida. Dos meses, tal vez. No lo sé. He perdido la noción del tiempo. A las montañas me he ido a vivir, en una humilde cabaña. Me he puesto a meditar, sobre lo que hice mal y debo hacer correcto.
Los copos de nieve caían como pedruscos, con fuerza y una presión que me hicieron pasar dentro de la cabaña. No se podía estar afuera, no el más valiente, ni acostumbrado al clima húmedo e invernal de las altas montañas, era capaz de estar afuera. Era una noche triste y solitaria. Miraba por la ventana y en ella, el reflejo de la imagen de Verónica vi en el cristal.
Un espejismo de su imagen tras la ventana. Me froté los ojos y la vi con más claridad. No era un espejismos. Sus nudillos golpeaban con fuerza la ventana.
Abrí la puerta para comprobar que no era fruto de mi imaginación. Verónica se encontraba, tiritando y sin fuerzas.
-¡Verónica, eres tú! – exclamé sorprendido. – Haciendo que entrase de inmediato.
-David… – y tras pronunciar mi nombre – se desmayó – por fortuna pude sujetarla por ambos brazos, antes de que cayera al suelo.
Se encontraba débil y sus manos, las tenía blancas y heladas, por la tormenta de nieve que se estaba produciendo. La cubrí con una manta gruesa, junto a la chimenea encendida. Al cabo de un rato, el calor empezó ha hacer efecto. Sus manos frías, empezaban a cobrar calor al igual que su rostro y el resto de su cuerpo.
Me senté a su lado, pensando y frotándome la cara. No pude conciliar el sueño, tras todo lo sucedido desde mi marcha. observándola me daba cuenta de que no debí alejarme de lo que más quería. Mi ansiedad me corroía el estomago, ansiaba verla despertar y recuperada.
-¿Cómo me había encontrado? – se preguntó David – para sí mismo. Se cubrió el rostro, arrepentido de su marcha.
Un suspiro, hizo reaccionar a David, quien se percató del despertar de su amada, cuyos ojos empezaban a abrirse poco a poco. Se acercó despacio a su lado, ayudándola a incorporarse, lentamente, dejando que apoyará la espalda en un pequeño cojín.
-¿Cómo te encuentras, Verónica? – le preguntó – acariciando sus delicadas manos. – ¡Me has asustado muchísimo!
-David -¿Qué me ha pasado? – le pregunto -aún medio aturdida.
-Te desmayaste. No sé cómo has podido encontrarme. Lo único que sé, es que ayer por la noche arreciaba una tormenta de nieve y apareciste tras la ventana. Te abrí y al instante te desmayaste. Estabas helada. Afuera granizaba…¡No debí abandonarte, nunca!
-David – sabía que estarías aquí. – Es uno de tus refugios, lo sé porque me lo dijiste en nuestra relación.
-En cuanto a eso.. – Verónica, yo no tengo palabras – cubriéndose el rostro, de nuevo.
-Shisst – Déjame hablar, David. No solo se trata de contar una personalidad inventada; sino de serla. Y tú, David, no eres esa persona que te hacías ser que eras. Sabía de ti hace mucho, antes de que el pasado saliera a la luz. A veces queremos esconder nuestro pasado y es el quien nos persigue, para atormentarnos de quienes fuimos, pero lo importante es en quien nos hemos convertido.
-Verónica.. – Abrazándola. – Lamento tanto. Te quiero.
-David, me enamoré del chico del parque que sentado en un banco, leía un libro. Y dabas de comer pequeñas migas de pan a las palomas.
Ambos se cogieron de las manos y fusionados en un profundo amor se dijeron mucho más que palabras.
-Hay otra cosa, David. – No solo podrás amarme a mí – le dijo mientras posaba sus manos en su vientre.
-¿Es lo que creo que me vas a decir? – le preguntó David – sopesando la respuesta.
-Así es, cariño. Estoy embarazada. – Es lo que intenté decirte el día de tu marcha. Después de leer tu carta, corrí en tu busca, pero ya fue tarde. Mis gritos no te alcanzaron.
-No volveré a dejarte. Me has hecho el hombre más feliz. A partir de ahora, somos una familia.
A partir de ese momento, David se dio cuenta de que la vida valía más que cualquier cosa y que solo había una para poder vivirla, rodeado de amor. Viviendo el presente y pensando en un futuro para los tres. Dejando el pasado atrás, recurriendo a un presente más fuerte y vital.