El viento empieza a soplar, la llegada del invierno se aproxima. Se empieza a sentir, a percibir una especie de vibración. Variantes de presión que se propagan por el aire, hasta llegar a nuestros oídos. Como si de una nota musical se tratase. Cuanto más fuerte sople el viento, más aguda escucharemos la vibración y más estridente sonará.
El viento silbante se percibe cuando éste colisiona alrededor de algún árbol o un edificio. Es curioso, como podemos detectar el aire y sentirlo, pero jamás ser visto.
Aquélla tarde silbaba más de lo habitual. Aullaba. Las palmeras se iban desplazando de un lado a otro. Al compás de un ritmo, como si una pareja de salón estuvieran bailando, de izquierda a derecha y vuelta a empezar.
En el Paseo Marítimo se encontraba Julián, mirando los barcos amarradas al muelle, meciéndose en el agua removida. El viento silbaba a su alrededor, mientras se cubría el cuello con su gabardina de cuello alto y cubriéndose el cuello con la bufanda azul; aquella bufanda que tanto sentimiento guardaba en su interior.
Prácticamente no había nadie. Todos se habían resguardado en sus casas o bien los que estaban paseando, fueron yéndose, dando media vuelta. El oleaje de cada vez era mas intenso y el viento soplaba más fuerte. Julián quedó solo completamente. Él, el silbido del viento y el oleaje del mar.
-Has regresado, de nuevo. – Empezó a a hablar para sí mismo Julián. – Oigo tu silbar, como resuena en mis oídos. No te temo. Solo porque rujas como un león enfadado y no sea visible para los mortales. Tal vez esa sea tu furia.
-Yo Julián, te maldigo – maldigo el día en que por estas fechas hace dos años atrás, arrebataste lo que más amaba. – Prosiguió Julián a medida que hablaba, el viento aullaba aún más.
Deshaciendo el nudo de la bufanda azul que en su cuello reposaba, la levantó con una de sus brazos, agarrándola bien con su puño.
-Ves esta bufanda azul – continuó – pertenecía a mi mujer. Tú, me la arrebataste, con tus violentos arrebatos de furia. Dejando de su recuerdo, la bufanda azul que de su cuello reposaba. ¿Por qué? – te estoy preguntando. – Aunque sé que no voy a obtener respuesta alguna, tan solo tus silbidos sonoros y estruendosos.
Y mientras se disponía a irse, el viento cesó repentinamente. Unas finas y débiles gotas de lluvia empezaron a caer, como lágrimas en un día triste.
– Empiezas a comprender mi pérdida, después de estos años, ¿verdad? – dijo girándose y mirando hacia al frente – espero que así sea.
-Que me llamen loco por hablar con un fenómeno atmosférico, pero sé que si que si formas parte de la madre natura, en el fondo, muy en el fondo mis palabras te habrán hecho llegar.