Lo que a veces nos puede llegar a aterrar aquello, que aún siendo más pequeño, llegue a producir en una persona una fobia difícil de superar. Han pasado varios años desde aquella trágica noche de verano, donde el calor agobiante del mes de agosto hizo mella en nuestra protagonista.

Nataly, una niña de 8 años de edad se fue acostar como todas las noche en su cama. Después de conciliar el sueño y poder aprovechar unas horas para poder dormir, nunca imaginó despertar de la manera en que lo hizo. Aterrada, horrorizada, no hay palabras para pode describir semejante imagen que su mente captó y desde el día de hoy, aún permanece en su memoria y en una fobia se convirtió.

Al despertar, abrió los ojos, tras un picor molesto en el cuerpo que le impedía seguir durmiendo. Entonces, al abrir los ojos, aún medio dormida. Los abrió aterrada, quedando paralizada del miedo y del horror al comprobar que estaba rodeada de unos insectos, algunos de color negros y otros de color rojo, llamados hormigas.

Un grito salió de su boca. Saliendo disparada, fue corriendo en dirección a la ducha. Se quito el pijama y adentró en el agua. Dejó que el agua resbalará por su cuerpo y aún así percibía el picor por todas partes de su cuerpo, se frotó con las esponja fuertemente, pero todavía sentía aquel picor nervioso que le producía solo de pensar en cómo se había despertado. Permaneció bajo el agua el tiempo suficiente para que cualquier picor se eliminara de su cuerpo, aunque éste ya fuera psicológico.

Al salir se puso la bata, aún nerviosa. Ni siquiera quería entrar en su habitación. Su madre la había oído gritar pero ella ya se había metido en la ducha y no pudo preguntar.

-Nataly – ¿Que ha ocurrido? – Me tienes asustada – le pregunto su madre, ansiosa de saber.

-Me he despertado con hormigas! – Son negras y rojas. – fue lo que le dijo a su madre – llevando aún la bata puesta y el pelo mojado mirando a su madre – le señalo con el dedo su habitación.

A raíz de ese día, aunque no volviera a hablar del tema con con su madre y ésta la hubiera aliviado con palabras de «que ya se había arreglado» – «No había nada que temer». En la mente de Nataly no era así. Aunque no lo dijo.

Empezó a sentir una fobia a las hormigas que veía por el campo o en cualquier rincón. El cosquilleo y el picor volvían a su cuerpo, recordando el despertar de aquel día. Se tornó para ella en una pequeña fobia en la que si veía alguna, un repelús la invadía. Se alejaba de ellas y sigue en la actualidad, evitándolas.

Han pasado muchos años desde entonces, pero la mente juega malas pasadas y el despertar de esa noche del mes de agosto, sigue vigente en una parte de su memoria. Su fobia fue disminuyendo, aunque no del todo…

PD: Basado en hechos reales.

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