Iris a medida que iba explorando el lugar se iba envolviendo de su magia y de su belleza. Rodeada de dunas de arena y de camellos. Pero a veces los viajes toman caminos no trazados, pues ellos conducen a la aventura.
El sol comenzó a abandonarla en en el Sáhara y su luz empezó a cambiar. Vio entonces todas las tonalidades del amarillo, pasando por el ocre, luego naranjas intensos y dejando detrás tonalidades de azul que se convertirían en noche.
Después una extraña sensación que percibió al ver las verdes palmeras, la carretera, el vehículo y hasta el sol; tuvo entonces una extraña y fuerte sensación de ser abandonada o mejor dicho liberada. Como si el desierto del Sáhara la despojara de las cargas que llevaba dentro.
Sólo sentirás el desierto cuando seas parte de este entorno y compartas con su gente un té y su forma peculiar de vida.
A la mañana siguiente el sol ya se había puesto e Iris seguía dormida. Las estrellas se habían ido dando luz a un sol radiante y caliente. Sus compañeros de viaje poco a poco fueron recogiendo por solitario sus pertenencias yéndose hacía su destino.
Lyan, un tuareg que andaba cerca la encontró. El sol le había provocado varias quemaduras y decidió llevarla a su poblado donde se recupero convirtiéndose más adelante en su mujer. Iris encontró la felicidad.
Me encanta la segunda frase del primer párrafo.
Gracias por leerme. Tus opiniones siempre son bien recibidas 🙂