En las grandes ciudades empezaron a construir edificios llamados rascacielos, por sus enormes dimensiones y sus maravillosas vistas desde lo alto de las torres. Muchos eran ciudadanos que subían a diario y se posaban en los bordes de piedra para contemplar las vistas. Algunos con sus cámaras de fotos, otros se sentaban con las piernas cruzadas a meditar y respirar el aire o leyendo un libro. Buscando la tranquilidad y la paz interior. También era un refugio para aquellos enamorados que subían arriba para transmitir su amor a su amada.

Un sin fin de rascacielos, pero uno en especial cuyo nombre es mejor no rebelar por temor a despertar al fantasma que según cuentan todavía vaga por la gran torre del rascacielos. Considerada la más alta torre de los rascacielos que se han construido. Y también la que más aterroriza a la a gente por su leyenda y su misterio que a través de generaciones ha sido revelada a los habitantes de la ciudad.

Un cartel «Prohibido pasar», en la entrada principal, roído por el tiempo aún perdura…

Hace muchos años atrás en el tiempo, una pareja de enamorados subió a la torre para esconderse y poder amarse sin preocuparse de ser vistos. Encontraron en el rascacielos un lugar tranquilo donde todas las preocupaciones se desvanecían, dando lugar a la pasión.

Gabriel, pertenecía a una familia de nobles. En cambio, Rosa era una sencilla campesina. Gabriel, en una ocasión acompañó a su padre para ver los campos donde los habitantes más humildes estaban cosechando bajo los rayos del sol y las mujeres recogían las hortalizas que habían crecido para luego venderlas en el mercado.

Fue allí donde Gabriel vio la silueta femenina de una linda muchacha de cabellos largos y de andares decididos, terminando de recoger los frutos que ya habían crecido. Perturbado por tanta sencillez y belleza, se detuvo cerca de la muchacha ante la oposición de su padre de que tenían que seguir el camino.

-Hemos de seguir, Gabriel – le ordenó su padre

-Un segundo, padre – le contestó saltando del carruaje

Rosa no se había percatado de su presencia y ensimismada recogiendo los último frutos, cantaba bajo los rayos del sol una hermosa canción. Tenía una voz preciosa y tan dulce que Gabriel creyó haber encontrado a su amor.

-¡Oh! – perdón se disculpó Rosa al ver al noble. – Sonrojándose

-¿Perdón?, ¿Por qué? – Admiro tu sencillez, y tu forma de trabajar bajo el sol, con fuerzas todavía por cantar esa bella canción.

-Gracias – le respondió, sorprendida.

-Me llamo Gabriel – se presentó. Ahora me tengo que ir. Mi padre me está llamando. – señalando el carruaje que le estaba esperando.

-Rosa. Mi nombre es Rosa – respondió sonrojándose, de nuevo.

-¡Gabriel, se hace tarde! – le recriminó su padre.

-Me gustaría volver a ver, Rosa. – si así lo deseas.

-Por supuesto. Estaré encantada. Me encontrarás por por aquí – señalando las tierras – tímidamente

-Prometo regresar. Deseo conocerte.

-Ven cuando quieras, Gabriel – éstas también son tus tierras. Solo soy una simple campesina…

-No una cualquiera.. – le afirmó. Mientras echaba a andar a donde se encontraba el carruaje.

Pasaron los días y Gabriel no dejaba de pensar en Rosa. Los días y las noches se le hacían eternas. Sin parar de preguntar a su padre cuando volverían a ver las tierras. Pero éste siempre no sabía cuando regresarían.

Su padre empezó a ver un comportamiento un tanto extraño en su hijo. Lo notaba siempre con la mirada ausente, como si éste estuviera pensando, soñando despierto. Pensó en un principio que sería la edad, pero Gabriel no dejó de pensar en Rosa. En sus hermosos cabellos y naturalidad de su sonrisa. Por las noches la melodía que escuchó por vez primera le venía a la mente.

Desesperado, una noche cogió un caballo del establo y de escondidas fue al encuentro de Rosa. Quería verla, aunque fuera arriesgado. Sabía que los campesinos se levantaban temprano para trabajar, deseaba verla.

Se acercaba a las tierras donde permaneció en silencio, esperando que una señal le indicará ver a la mujer de que la cual se había enamorado. Tras los matorrales vio la luz encenderse en uno de las habitaciones. Pudo ver que se trataba de una silueta de mujer. Se estaba despojando de su blusón de dormir, sus cabellos eran largos, de movimientos ágiles se fue vistiendo a medida que empezó a cantar una bella melodía. La misma que había oído y que de su mente no había podido olvidar. ¡Era ella!, Su Rosa.

Por otro lado temía la reacción que ésta pudiera tener con él. Esperó lo suficiente y la primera en bajar al campo fue ella.

-¡Rosa! – le llamó, bajando del caballo. – ¿Me recuerdas?

-¿Gabriel? – preguntó a medida que se le acercaba.

-Rosa, necesito que me escuches atentamente y te comprenderé si me tomas por un insensato.

-Te escucho – posando las manos sobre, para tranquilizarlo.

-Desde el día en que te vi por vez primera, no he podido conciliar el sueño, me he enamorado de ti, Rosa. – Tu melodía es tú única compañía. Sé que mi padre no aprobará nuestro amor, si es que algún día llega a hacerse realidad… – Debía decirte, tenía que decirte mis sentimientos. Comprenderé que no me ames, como mi corazón te ama.

-Gabriel – pronunció su nombre con los ojos brillantes. No me pareces ningún insensato. Es la primera vez que un chico me dice tan bellas palabras. No me importa tu rango. Sé que eres hijo de un noble. Pero lo que me guía es mi corazón. Sé que en ti puedo confiar. Lo aprendí desde muy joven. En creer en los hechos. Has venido hacía aquí, a escondidas, con la necesidad de decirme que me amas. ¿Qué chica sería tan insensata de no declarar su amor a un chico cómo tu?. – Una lágrima resbaló de la mejilla de Rosa.

En ese momento sin dar importancia al tiempo ni al lugar, ambos se besaron instintivamente guiados por una pasión que solo ellos entendían y sentían en sus corazones. Continuaron con su noviazgo a escondidas. En ocasiones se veían en el campo, otras se sumergían en las profundidades del bosque más alejado para satisfacer su amor. Un amor lleno de pasión incontrolada. Sabían que sus padres no aprobarían su amor, por ser de distintos rangos.

En una ocasión encontraron un edificio que según oyeron decir se trataba de un rascacielos. Subieron a él aunque todavía estaba a medio construir. Pero les pareció un buen sitio para gozar de su amor. Tenía unas impresionantes vistas. Hasta habitaciones separadas por columnas dentro del mismo rascacielos. Era hermoso. Al mirarse a los ojos, comprendieron que estaban cansado de huir siempre, y decidieron permanecer en el rascacielos, vivir en él.

Pasaron varios meses viviendo juntos. Su amor era infinito. Prometieron no separarse nunca, ocurriera lo que ocurriera.

Un día, el padre de Gabriel los encontró en lo alto del rascacielos, lleno de ira.

-¡Gabriel! – te desheredo como hijo. – Voy a destruir vuestro amor.

-Padre… – no puedes guiar los sentimientos del corazón.

Enfundando un arma, amenazó en disparar a su propio hijo. La ira le cegó, apretando el gatillo, pero Rosa quiso proteger a su amado y la bala le hirió en el corazón. Rosa falleció en los brazos de Gabriel.

-¡Dame el arma! – ¡maldito! – le gritó eufórico Gabriel, con lágrimas de dolor en su corazón al ver a su amada.

El arma aterrizó cerco de los pies de Gabriel. Temiendo el padre por su vida.

-¡Maldito! – ¡Asesino! – me has roto el corazón. Lo que mas deseo es que tú me veas morir para irme con mi Rosa al cielo.

-¡No lo hagas! – rogó el padre.

-¡Padre, tú lo has provocado. Has sabido acertar, donde más sabía que me dolería! – y apretando el gatillo, el joven, disparó.

La imagen de Rosa y Gabriel quedó grabada en la memoria del padre, encarcelado como autor del crimen.

Han pasado los años y el rascacielos cerrado está por la leyenda que se va contando. La terrible tragedia de Rosa y Gabriel, el de un amor prohibido que terminó en desgracia. Lo que todos temen no es sólo lo ocurrido sino que muchas noches la melodía de una voz femenina se oye en lo alto de la torre. Todos deducen que es la del fantasma de la joven.

Anuncio publicitario