Marcos era un conductor de autobús, aburrido de todo. No le gustaba su trabajo, se ganaba la vida conduciendo, ya que no tenía otro cosa. Pero con el tiempo llegó a cansarse. Cada día realizando las mismas paradas se decía a sí mismo. Llevando a una multitud de gente, que hasta el olor a sudor quedaba impregnado en el vehículo y las voces de la gente entremezclándose entre una conversación y otra, produciendo dolor de cabeza. Era irritante. Ni con el tiempo llegó a a acostumbrarse.
Otro día más. De nuevo, uno tras otro subieron como de costumbre bastantes personas para que un sofocante calor invadiera el vehículo. En la siguiente parada, un chico de unos doce años aproximadamente subió. Pagó en efectivo. De tez tostada y ojos oscuros; siniestros. Se dirigió al final del autobús. Se sentó en uno de los asientos, mirando hacia la ventanilla.
Marcos pocas veces se prestaba atención a los pasajeros que subían, pero algo diferente a los demás se reflejaba en ese chico. Tal vez fuera su mirada o simplemente la apariencia…
Durante todo el trayecto la gente fue bajando y otras subiendo y así sucesivamente, como cada día. Se aproximaba a su última parada. Todos los pasajeros habían bajado. Menos uno.
Al final del autobús todavía permanecía el chico, el mismo de tez tostada y ojos oscuros. Un escalofrío recorrió a Marcos cuando éste miró a través del retrovisor y le miró a los ojos. Ambas miradas se cruzaron por milésimas de segundos.
Marcos paró en la última parada. Era de noche cerrada y con ganas de regresar y echarse en el sofá de su casa. El chico se levantó, recorriendo el autobús hasta llegar donde se encontraba la presencia de Marcos. Las puertas estaban abiertas para que el chico pudiera bajar.
-¿Es aquí donde vives? – preguntó Marcos – Estupefacto ante la visión que sus ojos vieron por primera vez.
El chico asintió – mientras las bajaba las escaleras, sin rozar apenas el suelo. Cuando estuvo afuera, la sombra del chico se convirtió en una sombra, desprovista de cuerpo. Entraba en la casa abandonada que antaño fue quemada y todos los que vivían dentro fueron calcinados. En las calles solo pudo distinguir una fina figura de vapor oscuro que entraba en la casa.
Marcos empezó a temblar. Por primera vez pudo ver un alma. El alma de aquel chico que supuestamente vivió en esa casa y que por vez primera vez permaneció en su trayecto en autobús durante el día.
Tal vez el chico, hubiera querido saber que dentro de la casa abandonada aún permanecía habitado por el alma del chico. ¿el por qué? – no se sabe. Desde ese día Marcos no fue el mismo, su vida cambió a raíz de ese acontecimiento. Muchas eran las noches en las que permanecía parado en la última parada para poder ver si veía al chico. Lo único que pudo visualizar fueron sus ojos oscuros a través de la ventana.
En esta vida existen y habitan muchos misterios que no han sido descubiertos por el ser humano y quien ha sido el afortunado de poder experimentar algo parecido, debe considerarse especial.
Las almas o almas errantes que vagan por el mundo no suelen ser vistas muy a menudo. Muchas veces se esconden o son invisibles a nuestros ojos. Tal vez estén mas cerca de lo que creemos. Tal vez ahora mismo puedan estar a nuestro lado o pasar por él.