A Madeline le gustaba sentarse en el porche de su casa de Nueva Orleans. Solía balancearse en la mecedora, junto a la terraza y ver a la gente pasar. A sus setenta y cinco años de edad, se encontraba cansada. Desde que su marido falleciera por circunstancias desconocidas hace cinco años atrás.

Madeline tenía dos hijas Melody y Linda. Melody tenía una hija de diez años de edad llamada Maya.

Han transcurrido los años y Melody no había sido capaz de emprender una nueva relación con otro hombre desde que su marido, el padre de Maya las abandonara para fugarse con una compañera de trabajo. Tan dura fue la ruptura para Melody que ningún hombre había vuelto a ocupar su corazón; solo el amor de su hija Maya.

Tras la muerte de su padre, Melody decidió alejarse de de Nueva Orleans para irse a un barrio más tranquilo. Demasiados recuerdos invadían su mente.

Melody llevaba en su vientre a Maya cuando en el cementerio de St. Louis toda la familia «Lemoine» lloraba su pérdida. Melody recuerda como si fuera ayer cómo el cielo se nubló y en él unas pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer, hasta convertirse en un diluvio. No solo la familia «Lemoine» lloraba su muerte.

Maya siempre había sido desde su niñez una niña de mirada vivaz y atrayente. Sus ojos del color verde esmeralda resaltaban sobre su lacia melena azabache. Vivía con su madre. Pero le fascinaba ir los fines de semana cuando iba a la Casa de Nueva Orleans, donde residía su abuela.

Cuando Maya iba a visitar a su abuela Madeline, acompañada de su madre. No dudaba en sentarse a su lado. En algunas ocasiones no dudaba en preguntarle a su abuela sobre su abuelo fallecido. Quería saber de él, ya que nadie de la familia quería mencionarlo. Por otro lado no quería ser impertinente, por ello buscaba el momento adecuado.

-Hola abuela, ¿cómo te encuentras hoy? – preguntó Maya a su abuela mientras se sentaba a su lado.

-Mejor mi niña, mejor – dijo, alegrándose de verla.

-Abuela, ¿puedo preguntarte algo? – mirándole a los ojos con seriedad.

-Claro, Maya. ¿te preocupa algo? – le respondió acariciándole la mejilla

-¿Cómo era mi abuelo? – me gustaría saber de él. Mi madre no me cuenta nada. Como si no hubiera existido…No lo conocí en vida, por eso me gustaría saber como era.

-Tu abuelo era el mejor hombre que jamás ha existido sobre la faz de la tierra. ¿sabes una cosa? – le dijo con un nudo en la garganta – tu, mi querida Maya, me recuerdas mucho a él. Tienes su misma mirada.

Madeline miró a Maya a los ojos con cierta tristeza.  – prosiguió – Tu madre estaba embarazada de ti cuando tu abuelo nos dejó para irse a otro lugar mejor. Abandonó la tierra. Sé que desde el cielo una estrella brilla cada noche y aunque me tomen por loca, en tu corazón reside una parte de el. Tu mirada me transmiten esa paz que me hacía sentir en armonía cuando estaba a su lado.

-Abuela – abrazándola con ternura. Gracias por hablarme un poco de mi abuelo.

-Me siento cansada, Maya. ¿me acercas un poco de agua?, por favor.

-Claro…  – acercándole el vaso de agua

Al irse, Maya permaneció en el coche con su madre, en silencio. No dejaba de pensar en la conversación que había mantenido con su abuela.

Su madre, Melody, la observaba por el retrovisor.

-Maya, ¿te preocupa algo? – le preguntó intrigada

-No mamá.. – respondió, sumida en sus pensamientos

Melody no terminó de creerle, pero sabía que era mejor no preguntarle más. Conocía a su hija y sabía que algo albergaba en su interior. A medida que fue creciendo, Maya se había convertido en una niña muy lista y decidida. Siempre conseguía lo que se proponía.

Muchas veces Melody creía ver en su hija comportamientos muy parecidos a su padre. Tenía un aire muy familiar que aunque no quisiera reconocerlo, su hija Maya había heredado de él.

Al nacer Maya toda la familia se sorprendió porque nació con una marca de nacimiento en forma de media luna en el hombro. La misma que su abuelo tenía y en el mismo lugar. No le dieron importancia, aunque eran demasiadas casualidades. A medida que fue creciendo, Maya dio semejanzas a su abuelo que nadie quería admitir ni reconocer.

La abuela Madeline, en silencio veía crecer a Maya. Contenta de que la vida le hubiera ofrecido rasgos parecidos al de su abuelo. Madeline sabía que no podía hablar del tema con sus hijas, ya que por circunstancias de la vida, preferían que Maya ni Héctor supieran de el.

La familia «Lemoine» era conocida por el barrio por las misteriosas desapariciones y muertes sucesivas de los varones, como una familia muy misteriosa.

La mayoría de los vecinos de Nueva Orleans eran supersticiosos y evitaban pasar por delante de la acera, donde se encontraba la casa de Madeline para no toparse con la mirada perspicaz de la anciana de pelo blanco. Se habían oído tantas y diferentes historias acerca de los familiares que antaño vivieron en esa gran casa de la esquina de Nueva Orleans.

A Madeline no le importaba qué opinaran los demás. Cualidad que la hizo más fuerte con las años. Durante generaciones había vivido, experimentado y sufrido muchas experiencias. Ahora se centraba en su familia que eran sus dos hijas y sus dos nietos.

Linda no se llevaba muy bien con su hermana Melody. Eran ambas de caracteres muy distintos. Apenas se hablaban y cuando lo hacían terminaban siempre discutiendo.

-Hola Linda – le saludó Melody, sorprendida.

-Hola Melody – ¿te sorprende verme? – de vez en cuando yo también vengo a ver a mamá.

-¡Enhorabuena! – respondió Melody con unas palmadas. Tendré que aplaudirte por ello.

-No se puede hablar contigo. Eres tan… – dejando la frase en el aire.

Héctor y Maya se fueron distanciando al ver cómo sus madres se peleaban cada vez que se veían.

-De nuevo tu madre peleándose con la tuya – exclamó Héctor con una carcajada forzada

-No sé que te hace tanta gracia… – respondió Maya, mirando a su primo con desdén.

Melody y Linda fueron a la habitación donde los niños no pudieran oírlas.

-Escucha, Melody – sé que me echas la culpa de la muerte de papá…, prosiguió Linda.

-¡No hables, estás mejor callada!  – se apresuró a decir Melody. ¿Quieres que nuestros hijos se enteren de la verdad?, porque parece que es lo que pretendes – respondió Melody saliendo eufórica de la casa.

Se rumoreaba que en la familia «Lemoine» el marido de Linda fue el responsable de envenenar al que era su suegro y padre de Melody y Linda. El marido de Linda nunca había encajado bien en la familia y mucho menos mantenía buena relación con su suegro.

Maya sabía que el padre de Héctor había fallecido ahogado, aunque los secretos en la familia se ocultaban bajo llave.

Llegó la noche y desde la ventana Maya y su madre pudieron contemplar una noche estrellada, junto con una gran luna llena, hermosa y radiante que iluminaba el cielo nocturno. Ambas permanecieron en silencio, cada una pensando en sus cosas. En ese momento, una estrella empezó a brillar con más intensidad. Entonces recordó las palabras de su abuela.

Al acostarse, en la mente de Maya fluían pensamientos que no cesaban de dar vueltas.  Sus párpados empezaron a cerrarse, el cansancio se iba apoderando de todo un fin de semana lleno de emociones y recuerdos. Maya entró en un profundo sueño…

…Se encontraba en un largo pasillo con una puerta grande al final. A los lados del pasillo se hallaban unas hermosas guirnaldas. Las paredes daban la impresión de estar en un frondoso bosque. Caminaba lentamente y en silencio. Contemplando cada detalle con su mirada. Se podía respirar al aire puro de los bosques de Luisiana. A medida que avanzaba podía respirar al aire puro de los bosques de Luisiana, a los que tanto recordaba haber estado…

Se hallaba al final, donde una puerta de piedra parecía darle la bienvenida. Contó hasta tres y con la mano agarrada en el pomo de la puerta, respiró hondo y con firmeza abrió la puerta. Tras ella se hallaba un nuevo mundo.

Un bosque frondoso rodeado de arboles y vegetación se hallaba ante ella. Una pequeña cabaña, que le resultaba familiar situada colina arriba, junto a un pantano algo más alejado de ésta…

Mientras se adentraba más en el bosque oyó una voz a lo lejos llamándole por su nombre: Remi, Remi…

Anonadada, siguió adelante. En su interior quería averiguar más, un instinto le decía que debía seguir adelante…todavía no debía despertar. Un espasmo repentino surgió desde su interior al recordar de donde procedía el nombre de Remi, sin saber porqué, sin saberlo. Su instinto le decía que se trataba del nombre que todos intentaban ocultar; el de su abuelo.

Maya empezó a ver visiones borrosas que a medida que avanzaba se veían con más claridad.

Entró en la cabaña del bosque, donde en su interior un cuadro de un señor de mediana edad parecía hablarle en imágenes. Tenía la expresión endurecida por los años, pero sus ojos, esa mirada impregnada en el marco, parecía estar viva. Eran iguales que los de Maya.

Al volverse se encontró con la silueta del hombre del marco. Éste llevaba en su mano una copa.

-Hola Maya – tal vez no sepas de mí. Pero yo de ti lo se todo

-¿Quien eres? – preguntó aturdida. Sin saber si era una visión o si realmente lo estaba viviendo.

-Soy tu abuelo, mi niña – dijo finalmente, abriendo los brazos.

En su interior un millar de sentimientos se cruzaron por su mente. Abrazo a su abuelo, tantas veces había soñado este momento.

-Maya, no hay tiempo que perder. Luego todo lo que veas serán visiones de lo que pasó en realidad. La verdad que se te ha ocultado. Yo soy el único que puede entablar una conversación contigo…

-No lo entiendo ¿Qué está pasando, abuelo?

-Maya lo que voy a decirte es algo que tal vez no vayas a creer o simplemente me tomes por un simple loco. Ahora aceptes o no lo que te voy a a confesar, depende de tu destino y de lo que hagas en esta nueva vida.

-Silencio-

-Maya, soy tu reencarnación en esta vida. Mi alma al fallecer se reencarnó en la tuya al nacer. Por eso nos parecemos tanto.

La niña abrió los ojos de par en par, sin comprender. Al volverse la imagen de su abuelo se fue esfumando poco a poco, hasta quedar completamente sola.

Quería regresar al presente, pero no sin antes saber si lo que había dicho era verdad. Abrir los ojos y regresar o permanecer dormida y averiguar la verdad que tantas veces oculta había permanecido.

Al girarse se encontró en la casa de Nueva Orleans. En silencio contemplaba como espectadora lo que le envolvía. Oyó música dentro de la casa. Recordaba la música. La misma que Madeline, su mujer ponía en los momentos en los que se encontraba feliz. En la casa de Nueva Orleans una fiesta habían organizado. Parientes lejanos llegaban ansiosos y felices, celebraban una fiesta familiar.

Mientras Maya seguía contemplando aquella visión como si la estuviera viviendo en realidad.

La madre de Maya se encontraba embarazada. Se la veía contenta. Luego vio de nuevo a su abuelo con la copa en la mano junto a un hombre; su yerno. El padre de Héctor. El padre de Héctor insistió en que bebiera de la copa. Tenía los ojos eufóricos como si hubieran discutido e intentaran apaciguar las aguas con una nueva copa.

Aunque una sonrisa maliciosa vio en su rostro cuando su abuelo empezó a beber de la copa. En el tercer sorbo, su abuelo empezó a encontrarse mareado. Soltó la copa, la cual cayó al suelo junto con Remi que tras balancearse, mareado. Su yerno, le ayudó para que cayera escaleras abajo.

Maya sabía que eran visiones, pero las estaba viviendo como si estuviera viviendo en ésa época. Sabía que nadie podía verla, excepto su abuelo que se había reencarnado en ella.

Regresar o no regresar…Decidió quedarse para saber más.

La casa de Nueva Orleans desapareció de su vista dando lugar al cementerio de St. Louis. Donde todos lloraban la pérdida de Remi. Su madre embarazada de ella, Maya. Se agacho para depositar una rosa en su tumba. En ese momento, su madre se tocó el vientre, extrañada, había notado un pinchazo.

En ese momento en la visión Maya vio con sus propios ojos como el alma de Remi su abuelo se reencarnaba en el cuerpo que se estaba formando dentro del vientre de su madre.

Ahora lo entendía todo. Ahora comprendía las palabras de su abuelo. Aceptaba ser la reencarnación de su abuelo. Después de lo que había visto y de lo que le quedaba por ver…

Por otro lado apareció ante sus ojos la visión de su abuela Madeline, quien albergaba un poder que nadie sabía. Al ver a su marido fallecido por envenenamiento. Supo desde el primer instante que fue el marido de Linda. Entonces Madeline muy a su pesar, contenida por la rabia hipnotizó al marido de Linda, ahogándolo en el pantano.

Maya despertó de un sueño, su abuelo había reaparecido en sueños para hacerle comprender que se había reencarnada en ella al morir. Las cosas que no le dijeron sobre su abuelo, el mismo se las visualizó en las visiones. Maya sabía ahora toda la verdad. No importaba que le negaran quien era o como se llamaba su abuelo. Lo conocía mejor que nadie. Su nombre era Remi.

-Maya, despierta – llegamos tarde a comer a casa de la abuela

-Voy, mamá… – se apresuró a decir

-¿En qué piensas? – pregunto su madre

-Tal vez no te guste la idea, pero algún día me gustaría volver a vivir en Nueva Orleans… ése es mi hogar y siempre lo ha sido.

Su madre no contestó, pero se quedó mirando a su hija y recordó las palabras de su padre; Remi.

-Algún día regresaremos – le indicó su madre.

Cuando terminaron de comer se quedaron a solas Madeline y Maya.

-Sabes, Madeline. Algún día haré de este casa una nueva vida. Donde solo se oigan risas y abunda la alegría. – dijo Maya a su abuela

-Son las mismas palabras que utilizó tu abuelo cuando venimos a vivir aquí.

-Silencio-

-Sé que me quieres contar algo, pero no te atreves, Maya… – dedujo su abuela

-Es que… – titubeó. No me creerás. «soy la reencarnación del abuelo Remi. Madeline se quedó mirándola. Una lágrima surgió de sus mejillas. Y una fina línea dibujaba una sonrisa en su rostro.

-Cariño, lo sé desde hace un tiempo. No te escondas. A medida que has ido creciendo he visto a Remi, tu abuelo, reflejado en ti.

-Abuela… – se asombró Maya. – Quiero quedarme en Nueva Orleans. Formar una nueva vida, aquí. Convertir esta casa en alegría y que la felicidad abunde en ella.

-Maya, el que yo sepa y me afirmes que eres la reencarnación de tu abuelo, me hace sentir la mujer más afortunada de este mundo. Será nuestro secreto.

Ambas se abrazaron en un profundo silencio. Habían encontrado la paz en el interior de sus corazones.

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