Existen puertas que abren mundos a otros muy diferentes. Puertas que sólo se abren a quienes son dignas de ellas. Muchas de ellas permanecen, aunque algunas no están al alcance de nuestra visión ni aparecen sin más.

Muchas leyendas mencionan el paso hacia otros mundos a través de estas puertas cercanas. Portales que conectan a los humanos con los dioses. Apariciones de puertas mágicas que se ubican sobre todo en las montañas.

Dylan, era un hombre que había vivido muchas experiencias en su vida, ahora se encontraba en una etapa de su vida que había perdido la esperanza de encontrar la mujer de sus sueños. Había conocido y amado a muchas de ellas. Pero nunca había hallado a su musa. Apoyado en el balcón de su terraza, absorto en sus pensamientos, miraba el horizonte que se hallaba frente a él.

Siempre había vivido cerca del mar. Cuántas veces no se había ido a contemplar las olas chispear con fuerza, mientras chocaban contra las rocas. El las contemplaba y se dejaba que la brisa le diera en su rostro. Muchos pensamientos, tal vez demasiados cruzaban por su mente.

En una noche cómo todas las demás el cielo estaba lleno de estrellas que se podían contemplar con elegancia. Una de ellas le llamó la atención, brillaba con mucha más intensidad que las otras. La noche oscura hacía resaltar aquéllas esplendidas estrellas que en el cielo reposaban.

Sentado en una de las rocas, mirando al mar. Pensó por unos instantes en esa musa que en sus sueños aparecía constantemente. Esa noche apenas había gente caminando, era de noche cerrada y no había ninguna alma. Sólo él.

Una melodía lejana escuchó de repente. Creyó haberlo soñado por instantes. Prestó más atención y volvió a oírla. Esta vez mucho más clara y vivaz.

Sus ojos percibieron unas olas distintas a las demás. En el océano se formó un remolino. Al principio Dylan se asustó, creyendo que se aproximaba una fuerte tormenta. Cuando sus ojos se percataron de entre las grandes olas salia a la superficie una hermosa chica de rasgos como las de un pez, cuya piel blanca resaltaba con sus hermosos cabellos largos y algo ondulados. No se podía creer lo que podían ver sus ojos. Tenía una especie de cola de color blanca y roja. Nadaba como una sirena. aunque no creía que fuera una de ellas, de las que tantas veces ha oído a los marineros hablar.

Se aproximó junto a la roca donde permanecía Dylan. Quieto, sin articular palabra y sin poder hacer movimiento alguno. La contemplaba con sus ojos abiertos, sin parpadear. Se parecía mucho a la musa de sus sueños pero con cola de sirena. Las aguas cesaron de temblar, el remolino desapareció, dejando entrever la silueta femenina de una mujer cuyas curvas y senos destacaban por su esbelta desnudez. No llevaba ropa. Libre de ataduras. Llena de vida y juventud.

Se aproximó despacio a la roca donde estaba Dylan y con suavidad se fue acercando a él, como si tocarle le fuera a hacer daño. Cuando la mitad de su cuerpo se acercó a la de él, sus ojos color avellana lo miraron con deseo.

-En tus sueños he estado durante todo este tiempo – le respondió con una voz melodiosa.

Dylan la recordaba. Recordaba como cada noche soñaba con su musa. Se parecía muchísmo a ella – pero, ¿cómo era posible?

-He viajado por los mares, buscando al hombre que soñaba conmigo.

-¿Cómo me has encontrado?  – le respondió aún sin creer lo que estaba pasando

-Soy una musa del océano – le respondió. Existen muchas de nosotras bajo las aguas. Navegando en busca de quien sueña con nosotras.

-Y eso significa… – le dijo sin dejar de mirarla

-Que soy tuya para siempre. – afirmó. Al haberte encontrado, te pertenezco para toda la eternidad.

Y rodeando la roca con su cola, beso a Dylan, cuyos pechos le rozaban sus pectorales y unos labios carnosos le besaban con pasión. Dylan por fin había encontrado a la musa de sus sueños. La cogió con ambas manos y al salir del agua, la cola desapareció para convertirla en un cuerpo completo de mujer.

Detrás de esas rocas se amaron sin piedad. Las olas que chocaban contra las rocas, silenciaban los gemidos de placer que de ambas bocas emitían. Ella se entregó sin piedad al hombre que tanto había ansiado. Dylan por su lado devoró cada poro de su piel con sumo cuidado y pasión. ¿Quien iba a decir que encontraría a su musa bajo las aguas del océano?

 

 

 

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