Iris iba a emprender junto a otras turistas un viaje que la llevaría a recorrer hermosos paisajes jamás conocidos. Ni más ni menos iba a conocer el llamado Sáhara. Un lugar lleno de mares de arena, mesetas, dunas y misterio. Iris siempre había sido una chica aventurera y con ganas de descubrir nuevos mundos.
-Me parece que lo tengo todo! – afirmó sonriendo para sí misma mirando el equipaje con optimismo.
Miró la hora en su reloj y echando una rápida e última mirada a su casa, cerró la puerta despacio. Echó el cerrojo y se encaminó hacia el aeropuerto.
Una vez en el aeropuerto, se reunió con el grupo de turistas que se disponían a viajar con ella al Sáhara. Eran cinco. Una mujer enamorada de la historia; Ariadna, dos hermanos filósofos; Ricky y Eric y un aventurero; Dereck; que se dedicaba a viajar par ver todos los lugares posibles y enriquecerse de su sabiduría.
-Hola! – saludó Iris. ¿vosotros también viajáis al Sáhara?
-Sí – ¿tú también?. Encantada le saludó Ariadna.
-Bienvenida – presentándose los hermanos Ricky y Eric
-Y tú debes ser…- dijo mirando a Dereck. Mirándolo de reojo ya que no parecía tener ganas de presentarse.
-Dereck, soy Dereck. – dijo mirándola con curiosidad.
-Bueno, pues parece que ya estamos todos – terminó por decir Iris.
Esperando a que llamaran a su Destino, Iris fue en busca de un café para hacer tiempo. Al regresar, se encontró un nuevo miembro en el grupo. Era el guía que se había reunido con ellos para emprender juntos el viaje al maravilloso Sáhara. Era un hombre alto de fisionomía delgada pero se le notaba fuerte. Por cómo hablaba se denotaba que había viajado mucho. Les empezó a relatar leyendas e historias sobre lugares que tal vez recorrerían. Hablaba con emoción y entusiasmo. Entusiasmo que poco a poco iba aumentando entre todos los presentes.
-Chicos, solo os puedo decir una cosa del Sáhara. – les dijo mirando a cada uno de ellos «Sólo sentirás el desierto cuando seas parte de este entorno y compartas con su gente un té y su forma peculiar de vida».
En el avión se sentó junto a Ariadna, quien no paraba de hablar y alardeando de los sitios en los cuales había viajado.
-¡Que ganas tengo de llegar! – Exclamó entusiasmada, Ariadna
-Sí yo también – le respondió con una sonrisa Iris.
-No sabes chiquilla por cuántos sitios he viajado! – le decía a Iris alardeando de sus experiencias.
Después de nueve horas en el avión, Iris miraba por la ventanilla con ganas de llegar. Contemplando el paisaje que les envolvía. Veía las nubes pasar, mientras el avión avanzaba a gran velocidad.
-Señores pasajeros, abróchense bien los cinturones. Pronto aterrizaremos. Espero que hayan pasado buen viaje. – les anunció el piloto.
Los cinco bajaron con el guía, después de 9 horas de viaje. Llegaron a la ciudad de Ouarzazate. Una bocanada de aire a 41º centígrados a las siete de la tarde era solo una advertencia; deberían adaptarse a a las altas temperaturas a las que se exponían.
-La ciudad de Ouarzazate, es ni mas ni menos que la puerta del desierto del Sáhara – les indicó el guía. – siempre con un tono de entusiasmo en su voz.
Iris se pasó un paño por la cara, pequeñas gotas de sudor empezaban a surgir por el calor.
Los hermanos Ricky y Eric hablaban entre sí, entusiasmados. El más callado del grupo era Dereck. Parecía que no estaba atento, pero al contrario, sí lo estaba. A su manera. Era un chico muy peculiar, que todo cuanto veía lo atrapaba con su mirada y engullía todo lo que decía el guía o lo que veían sus ojos para absorber toda esa sabiduría.
Iris nunca había conocido a una personas así. Lo más curioso era que aunque todos fueran de caracteres muy distintos, tal vez por ello, el grupo era que se llevaba tan bien y cada uno aprendía de su compañero.
A medida que caminábamos pude comprobar que se había muchos mercadillos por las diferentes calles que pasábamos. hasta que el guía se paró en una pequeña casa y empezó a hablar en árabe.
-Chicos – nos dijo cuando regresó. Esta casa que veis aquí es una Casa del Té.
-Oh! – exclamó Ariadna, asombrada.
-He estado hablando con la dueña y nos han invitado a tomar el té. Así también podréis conocer parte de su cultura y de su forma de vida. – Anunció.
-Me parece estupendo – respondió Iris, deseando entrar.
Al entrar, un aroma a té impregnaba el salón. La mayoría estaban sentados en mesas redondas tomando té; de hecho habían entrada en una casa de té y solo se dedicaban a ello.
Todos saborearon con gusta el té.
-Esta muy rico – dijo Iris mirándolos
-Sí. Nunca había probado té tan gustoso – exclamo Ariadna, orgullosa.
Los científicos y Dereck, aprobaron con la mirada.
-Las jaimas, los camellos y el té son tres nombres que están asociados al Sáhara. La ceremonia de preparar, servir y degustar esta bebida es, sin duda, un ritual muy respetado y admirado por los saharauis y por los visitantes que tienen la suerte de disfrutar de ello – como nosotros. – relató el guía.
-Es cierto – dijo Dereck mirando a los demás que estaban a su alrededor. – Todos están tomando té reunidos con la familia, amigo o simplemente invitados.
-Según la tradición – continuó el guía – dicen que hay que tomarse tres tés: el primero es amargo como la vida, el según dulce como el amor y el tercero suave como la muerte.
Un silencio reinó en la sala. Un silencio envuelto con fragancia de té. Un silencio que no resultaba incómodo. Al contrario, con él se fueron impregnando de su aroma y del Sáhara en sí.
Tenían todavía mucho que visitar, pero para ello necesitaban descansar. Esa noche no hicieron nada mas, simplemente descansar después de un largo viaje. Todavía les quedaba mucho por descubrir y por vivir.
Iris a medida que iba explorando el lugar se iba envolviendo de su magia y de su belleza. Rodeada de dunas de arena, de camellos…pero a veces los viajes toman caminos no trazados, pues ellos conducen a la aventura.
Al día siguiente, cogieron un coche e hicieron paradas obligadas por la belleza de los lugares por donde pasaban. Cómo sentir la emoción al ver un oasis, después de dos horas de ruta seca y desértica. En frente de nosotros apareció una línea de palmeras verdes.
Las paradas nos contaban también la rica historia de la región. Historias de caravanas, de camellos o dromedarios que recorrían el desierto con sus mercancias.
-¿Donde nos encontramos? – dijo Iris, abriendo los ojos como platos
-En el desierto. – dijo mirando al grupo y observando sus caras de emoción.
-Es maravillo – exclamó Ariadna
-Cierto – observo Dereck, mirando a los filósofos que siempre anotaban en sus pequeñas libretas de mano.
De repente Iris se percató de que el paisaje había cambiado, que la carretera les había abandonado y estaban a la merced de los conocimientos del guía. En medio del desierto.
-Pero….- dijo Iris frunciendo el ceño – ¿cómo vamos a seguir?.
-A camello – dijo convincente el guía.
-Pero cómo puede alguien orientarse sin puntos de referencia? – respondió sorprendida Ariadna.
-No os preocupéis – siguiendo los signos invisibles del desierto del Sáhara.
A lomos de un camello seguimos el viaje. siguiendo los signos invisibles del desierto del Sahara. Esos signos que yo todavía no comprendía y por tanto no podía ver.
El sol comenzó abandonarnos también, y su luz empezó a cambiar. Vimos entonces todas las tonalidades del amarillo, pasando por el ocre, luego naranjas intensos y dejando detrás tonalidades de azul que se convertirían en noche.
Después de ser abandonados por las verdes palmeras, la carretera, el vehículo y hasta el sol; tuve entonces una extraña y fuerte sensación de ser abandonada también por una parte de mí. Como si el desierto del Sáhara me despojara de las cargas que llevaba dentro.
El recorrido a lomo de camello duró 45 minutos, pero en mi reloj solo fueron 45 segundos. Las sombras de mi persona sobre el camello, se reflejaban en la arena ondulada por el viento.
-Ha sido uno de los viajes más emocionantes de mi vida – dijo Dereck.
-La verdad que sí – asintieron todos
-Para finalizar el viaje os tengo una última sorpresa – les dijo el guía
-¿Cúal? – preguntó Iris
-Dormir esta noche bajo las estrellas – dijo sonriendo.
-¿No será peligroso? – respondió Ariadna algo dubitativa.
-No, mujer – le calmó Iris. Es una nueva experiencia que tal vez no repitamos en nuestra vida. Además, estamos juntos.
-Bueno….mañana por la mañana os esperaré en el aeropuerto. Como punto de encuentro.
-Buenas noches, chicos. Que las estrellas os alumbren por la noche.
A la mañana siguiente el sol ya se había puesto e Iris seguía dormida. Las estrellas se habían ido dando luz a un sol radiante y caliente. Sus compañeros de viaje poco a poco fueron recogiendo por solitario sus pertenencias yéndose hacía su destino.
Una hora después, Iris despertó por la calor, sola en medio de la nada. Miró a su alrededor y comprobó que ya no había nadie. Sus compañeros ya se habían ido. Había perdido la noción del tiempo y ahora allí se encontraba. Sola, abandonada a su suerte.
Por donde seguir andando….sin saber aquellos signos invisibles de coordenadas a las que el guía tanto sabía. Miró en su mochila y apenas llevaba una cantimplora de agua, todavía llena y algo de comida, pero escasa.
-Mejor beber a sorbos – se dijo a sí mima – Voy a necesitar del agua.
Un cosquilleo de miedo surgió en su cuerpo. No sabía en que dirección caminar y emprendió el camino allí donde fuera donde la condujera. Se paraba para beber a pequeño sorbos de la cantimplora y seguía andando sin mirar atrás. Solo veía desierto a su alrededor. El calor era abrasador.
Fue a beber de la cantimplora percatándose de que estaba vacía. Las gotas de sudor iban en aumento. Se sentó en la blanda arena, exhausta. Cerró los ojos y al abrirlos Iris divisó un charco de agua a lo lejos.
-Agua! – exclamó dirigiéndose hacía el lugar donde la veía.
Cuando llegó lo que era agua se había convertido en arena. Las alucinaciones iban haciendo mella en Iris y empezó a sentirse mareada. Se tumbó a un lado, y lentamente sus párpados fueron cerrándose cayendo en un profundo sueño.
De repente empezó a sentir pequeños y molestos quemazones en el brazo y en las piernas. Intentó abrir los ojos, aunque también sentía una ligera pero agradable sensación de frescor en la frente. Al abrirlos, no sabía si era fruto de una nueva alucinación.
Junto a ella se encontraba un hombre. Su rostro estaba cubierto por una especie de turbante por la cabeza o de velo azul, de forma que solo se le veían sus ojos. Sus ojos eran cristalinos. Iris se veía reflejada en ellos.
-¿Quién eres? – pronunció con debilidad
-Soy un Tuareg – Me llamo Lyan. No hablar. Estas herida.
Un dolor agudo volvió a sentir. Lyan, le estaba curando las quemadoras hechas por el sol, aplicándole unas hojas verdes con una pomada que le aliviaba el dolor. En su frente le había colocada un paño de agua para bajar la fiebre.
-Estabas muy mal herida, con mucha fiebre – le dijo Lyan
-Mi nombre es Iris. Gracias, Lyan.
-Es mi deber, no me las des. Aún estás débil. Te llevaré a mi poblado para que puedas descansar.
-Estoy sola, me han abandonado en este viaje – dijo sollozando Iris.
-Ya no lo estás, me tienes a mí. Yo te curaré de tus heridas. – le respondió con esa voz tan dulce y melodiosa.
Lyan la cogió con sus grandes y fuertes manos y la sostuvo hasta tenerla al alcance de sus ojos. La subió encima de su camello e Iris se agarró fuerte contra su pecho, aún débil por la fuerte fiebre que había tenido y apoyándose en él. Lyan la condujo a su poblado.
-He llegado! – exclamó dirigiéndose a su poblado.
-¿A quién llevas contigo? – le respondió una mujer
-Esta herida. Lleva varias quemaduras. La he traído para que descanse. La encontré muy mal. – respondió cogiendo a Isis en brazos y sin esperar contestación de nadie, se adentró en su tienda.
-Me siento cansada, Lyan – le susurro Iris
-Lo sé, debes de estarlo – descansa. Mañana sera otro día
-Espera… – seguro que me puedo quedar. – le dijo en tono preocupado.
-De eso me encargo yo – le dijo mirándola con esos ojos tan profundos.
Lyan le tocó la frente, le había bajado la fiebre. Le quitó el paño por uno nuevo. A medida que le iba curando las heridas, Iris notaba un cosquilleo en su interior. Tal vez por estar en un mundo que no era el suyo, el temor a no ser bien recibida. Aunque tenía la seguridad de Lyan. Ese hombre que en silencio le estaba curando sus heridas y que la había salvado de una posible muerte.
Lyan salió afuera de la tienda y empezó a hablar con los suyos en un lenguaje que ella no pudo entender.
-¿Como te atreves a llevar a una extranjera a nuestro poblado, Lyan? – tú siempre incumpliendo las normas.
-No he hecho nada malo. He salvado una vida. La vida de una mujer. Eso no es incumplir las normas. Se dice que hemos de salvarnos de nuestros peligros. Yo he querido salvar la vida de esta mujer. ¿Qué hay de malo? – respondió mirando con ferocidad a los demás.
-Tú ser un Tuareg solitario – aclaró un anciano Tuareg. Me recuerdas mucho a tu padre.
-Silencio – Todos escucharon.
-Tu padre también salvó a una mujer blanca en sus tiempos. A raíz de eso muchos se volvieron en su contra, otros lo aprobaron. Por ello tuvo que abandonar el poblado con tu madre, la cual no llegaste a conocer. Fue mordida por una serpiente, pero llegó a tener un varón; tú. Tú eres hijo de Malí y de Sally.
Todos quedaron sin palabras. Lyan cerró los puños.
-Gracias por contarme la verdad – le respondió agradecido
-Lyan…haz lo que tengas que debas hacer – le contestó.
Lyan entró con un vaso de agua en su tienda. Encontró a Iris dormida. Se quedó en silencio, mirándola, pensando en la historia que le había contado el anciano sobre sus padres. Le quitó un mechón de pelo que le cubría la cara y vio un rostro de una mujer hermosa que parecía haberlo pasado mal. Se dijo a sí mismo que si llegase a pasarle a el lo mismo, haría como su padre.
Se tumbó a su lado mirando al techo, pensando. Meditó sobre todo lo que le envolvía. Intentó divisar alguna estrella que pudiera indicar el camino a seguir. Cubrió a Iris con una manta.
A la mañana siguiente, Iris despertó con Lyan a su lado. Se lo quedó observándolo y pensando en aquel hombre que le haba salvado la vida. Al rato, despertó. Se quedaron mirando, sin decir palabra. Sus ojos lo decían todo. El le toco suavemente el pelo enredado
-Me alegro que estés mejor, Iris.
-Todo gracias a ti – le respondió Iris con lágrimas en los ojos
Iris se abrazó a él para darle las gracias y entonces Lyan halló la señal que había buscado durante toda la noche
-Tranquila, no estás sola – le respondió secándole las lágrimas
-Lyan… – susurró, apoyándose en su pecho
-Iris… – Puede que te parezca una locura, pero ¿Quieres quedarte conmigo? – respondió impulsado por algo que no se puede explicar con palabras.
Ella lo miró, y el cosquilleo que tenía en su interior desde el primer momento que lo vio, volvió a surgir. Todavía con los brazos alrededor de su cuello, ella le respondió con un beso en los labios.
-Quiero que me enseñes tu mundo, quiero aprender de ti.
Y así fue como Iris se convirtió en la mujer de Lyan. Y aprendió de sus enseñanzas. En el misterioso mundo de los Tuaregs.
El mucho tiempo que pasé entre Sáharauis me ha hecho ver tu post y leerlo. Sáhara lugar para odiar y amar a un tiempo. Me ha gustado tu escrito. Saludos.
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Gracias por leerlo.
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