La casita de San Juan, así se llamaba la casa de campo a la que Ana junto a sus padres frecuentaba los fines de semana. Solo quería que llegara el viernes para rodearse de la naturaleza, lejos de los ruidos de los coches, del bullicio de la gran ciudad.
Rodeada de de árboles, de diversas flores que crecían en aquel hermoso paraje. Sus árboles preferidos y aún lo son, eran los almendros, se subía sobre una escalinata de barro y piedras a cogerlos y los engullía, como quien come una chocolatina.
Sobre todo le fascinaba la noche, era tan silenciosa, ningún ruido se oía. Es más, un gato de ojos amarillos se podía apreciar en lo alto de una pequeña montaña y en ocasiones se posaba encima del tejado. Deambulaba fuera de la casa, siempre silencioso, observando. De él solo podíamos ver sus ojos, el resto de su cuerpo aún era invisible al ojo humano.
A veces, les acompañaba su tía Maria, la hermana gemela de su abuela paterna. Se encontraba a gusto con ella,. La tía Maria, era una persona de carácter sencilla, de pelo rizado y siempre con una sonrisa de niña en los labios.
De carácter sensible, delicada y maternal, aunque nunca tuvo la oportunidad de ser madre, no porque no quisiera, sino porque, por razones inexplicables, no le gustaban los hombres. Creo que nunca salió con ninguno. Los consideraba seres salvajes y machistas, capaces de dominar a la mujer y convertirla en objeto para sus maquiavélicas actividades sexuales. Los encontraba repugnantes y tampoco su gran simpatía que tenía pudo aplicársela a ellos; los hombres.
Le enseñó los pequeños juegos de las flores, a jugar con sus pétalos y luego a soplar para que el viento se los llevara. Hacer del mundo, un lugar más hermoso, aunque fuera breve.
Ana recuerda como si fuera ayer, el columpio que se sostenía gracias a los troncos de los dos árboles de la terraza, en el cual crecían las uvas.
Hasta que por fin una mañana, al despertar y preparar las cosas para ir a la playa, pude ver de cerca la silueta de un animal: un gato. Era él, lo supo por sus grandes ojos amarillos, los mismo que cada noche antes de acostarme veía. Pero al fin se atrevió por primera vez a acercarse a mí.
El color de su piel era blanca, pude apreciar que era una gata, por tener la nariz rosada. Era una hermosa gata, y por ello decidió ponerle un nombre:Blanca por su blancura y suavidad de su piel y también por su larga y recta cola, que la tenía siempre al aire. Después Ana se fue con sus padres a la playa y al regresar, Blanca ya no estaba.
Pero por las noches siempre veía que la observaba, ahora tenia un nombre, y el recuerdo que aún permanece en mi interior de aquella gata blanca como la nieve, que se atrevió a aparecer y ser vista.
ES MUY GUAI LA HISTORIA MAMA
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