Este es un relato que los niños no deberían leer… al menos el que en breve os voy a relatar. No os voy a juzgar de si os lo creeís o no, pero bien es cierto lo que dicen que ver demasiado la televisión no es bueno…
Julián era un niño de unos siete años de edad al cual le gustaba en exceso mirar la televisión y aquí no culparemos al niño al cien por cien, ya que los padres también tienen algo de culpa por dejar al niño hacer lo que le venga en gana.
Así, el niño no cejaba en su costumbre de estar pegado al televisor… hasta que fue demasiado tarde.
Una tarde después de salir del colegio Julián se dirigió a su casa para realizar sus principales tareas, mirar la televisión.
– Julián, otra vez mirando la TV! – le espetó su madre.
– Julián, ¿me estás escuchando? – siguió recriminándole su madre.
– Sí, si te he oído…es que dan unos dibujos que me gustan – se excusaba el niño.
– Es que a tí todo lo que echen en la televisión te gusta hijo mío!, además primero son los deberes.
-Ya los haré… es que – resopló Julián – son aburridos y además ya los haré luego.
-¡No! – dijo enfadada su madre. -Te quedarás castigado sin salir.- Le dijo, dejando solo a Julián.
Tras unos minutos, el padre entró cansado de un nuevo y largo día de trabajo y vio al niño de brazos cruzados en el sofá mirando la televisión apagada y enfadado. Su padre no le dijo nada y tampoco le preguntó por el enfado, sabía perfectamente a qué se debía que estuviera de esa manera. Sólo había una explicación; su madre debía de haberle castigado.
De pronto Julián se sobresaltó al oír una voz que le susurraba su nombre. Atraído por esa voz que en un principio no sabía de donde procedia. Sentado en el sofá, miró al frente y se encontró con la mirada del televisor. Pero no tenía miedo, se preguntó que quizás fuera un truco de sus padres para asustarlo y que dejará de ver tanto la televisión. Pero en pocos momentos se vio hipnotizado; la televisión fue llamándole por su nombre, atrayéndole más aún.
El monitor que tenía enfrente, un televisor de unas 40 pulgadas le estaba llamando y Julián lo escuchaba atento, pendiente de su llamada, de sus ordenes…
– Julián, Julián… – le llamó – Ven, acércate.
– Pero… pero… – tartamudeó por un instante.
– No tengas miedo – tan sólo acércate y te llevaré a un mundo lleno de juguetes y diversión.
– Y mamá, ¿que dirá?
– Tranquilo, ella sabe que estás conmigo.
Acompañando aquellas palabras y para hacerlo más convincente, la televisión mostró en pantalla unas imágenes de un mundo feliz lleno de alegría y juguetes; repleto de diversión. Entusiasmado ante la idea, se fue acercando hacia la pantalla, se acercó lentamente, hipnotizado ante aquella voz que le hablaba entre susuros y sin esperarlo. Repentinamente, presenció cómo su mente, su cuerpo, poco a poco iba emprendiendo un extraño viaje…
Se encontraba en un parque de atracciones donde todo era fabuloso, había niños jugando en las atracciones, tiendas donde podías consumir perritos calientes, churros y un sin fin de golosinas.
Había encontrado un lugar donde cualquiera de su edad podía tener toda la risa y felicidad que se deseara. Se sentía afortunado. Afortunado y dichoso de poder tener todo cuanto había deseado y que ahora, por vez primera lo tenía delante de sus ojos…
Al otro extremo de una de las atracciones, se encontró con un niño le saludó.
-Hola – se presentó. -Me alegra de que hayas venido.
-No te conozco – respondió él educadamente.
– Soy Miguel y he venido con mis padres… Ahora tengo que irme, lo siento mucho, hace unos momentos he oído que me estaban llamando. Quizás otro día podamos jugar más tiempo.
-Claro, no pasa nada…
Siguió caminando y después de montar a un par de atracciones y saborear un rico helado de chocolate decidió jugar un rato más en el parque donde antes había hallado a Miguel. Pero antes de volverse se dio cuenta de que las tiendas de comida y las atracciones se paraban. Habían terminado su tiempo y se preparaban para ausentarse… Ausentarse de la diversión.
Entonces cayó en la cuenta que el parque quedaba más desierto a medida que iba caminando, pero de pronto divisó un juguete en el suelo. Cuando fue a cogerlo una niña de unos cinco años lo hizo rapidamente y con sus manitas se fue corriendo hacia el coche donde le esperaban sus padres.
Un agujero negro se formó y entonces se dió cuenta de que se encontraba totalmente solo, sin amigos, sin nada con que divertirse, con qué jugar… solo en un lugar que era muy diferente al que se había encontrado horas antes. De pronto la soledad, el miedo y el pánico entraron en su piel. Quería huir de allí fuese como fuese. No quería encontrarse solo, la oscuridad le daba miedo…
Hasta que una voz familiar le llamaba desde muy lejos…
– Julián, Julián… Despierta, despierta – era la voz de su madre.
– Julián, Julián responde, hijo – dijo preocupado su padre.
Julián oía las voces, pero todavía no se sentía con fuerzas para regresar, se había visto envuelto en un mundo de ilusión y fantasía para luego terminar en la nada.
Poco a poco fue despertando del trance que le había provocado la televisión. Se talló los ojos diciéndose a sí mismo de que no había sido un sueño…el había estado en un parque, había hablado con un niño, hasta había montado en atracciones… ¿Qué le había ocurrido? Asustado sólo pudo decir:
– Mamá, mamá – y se abrazó a su madre sin poder decir nada más.
Su made lo abrazó durante un largo rato que para él fue una eternidad, mientras que su padre lo miró y le dijo:
– Hijo mío, gracias a Dios que has vuelto en sí.
Y agarrando con fuerza el cable de la televisión la desenchufó.
En muchas ocasiones nos habremos encontrado con situaciones similares en las que el niño estima más ver la televisión que hacer otras cosas como irse con sus amigos, jugar al futbol o simplemente el hecho de no hacer “nada”, antes de emprender la tarea de hacer sus “obigaciones”, en este caso como los deberes.
Por otro lado nos encontramos a los padres que en la sociedad que actualmente vivimos, tanto el hombre como la mujer trabajan. Ya existe una minoría en la que sólo el hombre trabaje y la mujer se dedique al cuidado de los hijos. Por eso existe el descuido, por decirlo de alguna manera, de que no se debe olvidar a los hijos. Esto, en el sentido de que no sólo el colegio le aporta una educación y formación, sino que también la educación y el respeto radica en el ámbito familiar.