Ni un solo instante a dejado de hablar de los recuerdos que comparte conmigo y de las ganas que tenía de poder pasar una noche a mi lado. Me deslumbra al quedarse desnuda completamente.

Saca del bulto unas medias negras y unas bragas de encaje rojo. Se las pone con cuidado mientras sigue hablando sin parar. Coge un carmesí vestido de noche. Lo sacude un poco para estirar las arrugas y se viste. Por último, se calza unos zapatos de charol carmín con tacón de aguja. Dobla las ropas que se había quitado y las guarda en el bulto negro que ahora identifico con una mochila, saca de ella una bolsa térmica que contiene una botella. Es cava según me informa ella misma. Pone la mochila debajo del banco y descorcha el botellón y lo levanta hacia la oscura noche. Escucho su voz dulce susurrando de nuevo: está brindando por mí y por nuestras primeras noches juntos y bebe un largo trago. Después se levanta, tambaleándose un poco por los tacones, y da una vuelta completa sobre sí misma enseñándome su vestido y preguntándome si me gusta y que se lo ha puesto para mí. Esta noche la he visto más hermosa que nunca. Vestida así está bellísima, pero aún lo estaba más en su inesperada desnudez.

Vuelve a sentarse y sigue bebiendo de la botella a sorbos. Por fin me está contando todo lo que le preocupaba desde hacía meses y que no había sido capaz de decirme. Se quedó sin trabajo, perdió su casa, la abandonaron sus amigos… Llevaba un par de meses viviendo en la calle. Por eso la veía más tiempo durante el día. Por eso aquella noche había decidido por fin dormir a mi lado. Emily va inclina su cabeza hacia atrás y pronuncia la frase que desata el todo: ¡Ojala pudieras bajar aquí!
Segundos más tarde, me encuentro sentado a su lado, en el banco de piedra. Temo asustarla, por eso llevo mi mano muy despacio hasta su cintura. Ella se estremece un poco pero no es miedo lo que percibo en su mente: el frío que siente cuando la toco es el culpable. Aunque cada vez parezco más humano y menos estatua, aún no he perdido del todo el frío del bronce del que estoy hecho. Ha hecho que me sienta más vivo que nunca. Por un lado deseo que se vuelva y me mire, pero por otro me da miedo lo que pueda encontrar en sus ojos cuando se crucen con los míos. Finalmente me armo de valor y susurro su nombre:
Emily…

Mi ángel caído – susurra ella sin volverse.

Por favor, Emiliy, mírame – acaricio su pelo mientras hablo, aunque sé que no necesita que la tranquilice. Vuelvo a ser de carne y hueso, mi mente sigue conectada a la suya.

¿Estás aquí de verdad? ¿No eres un sueño ni una alucinación? – no se atreve a volverse por miedo a que yo desaparezca.

Compruébalo tú misma. En serio, estoy aquí. Me has llamado y he venido. Me has despertado y te pertenezco durante toda esta noche.

Bueno, eso es un cambio porque he sido yo la que siempre te he pertenecido a ti.

¿Por eso tienes miedo de mirarme?

¿Miedo de ti? ¿Cómo se puede temer a aquello que se ama?
Emily se vuelve hacia mi. Sus ojos se quedan atrapados en los míos. Sus labios se encuentran apenas a unos milímetros de los míos. El deseo me resulta insoportable y cruzo la línea: borro la distancia que nos separa y beso sus labios. Ella corresponde con un deseo aún mayor que el mío. La abrazo con fuerza, se refugia contra mi pecho, cruzando sus piernas sobre las mías como si eso pudiera acercarnos aún más. Somos incapaces de separar nuestros labios, así que seguimos besándonos durante unos minutos. Cuando por fin logro separar mi boca de la suya lo hago sólo para que mis besos bajen por su cuello. Recorro despacio sus hombros y su escote. Me detengo en el nacimiento de sus pechos sólo porque allí noto más fuerte el latido de su corazón. Ella se acerca a mi oído y susurra dos palabras que avivan el fuego de mi interior: “Hazme tuya”. La beso de nuevo, con más fuerza que antes. Ya no tengo miedo de herirla, ya no queda en mí nada de la estatua que era. Paso uno de mis brazos por debajo de sus rodillas y aseguro el otro tras de su espalda. Ella se agarra a mi cuello, enredando sus dedos en mis cabellos. Me levanto con Emily entre mis brazos y me dirijo al jardín más cercano. Con mucho cuidado la deposito en la hierba y me tiendo a su lado.

Los besos de Emily se hacen cada vez más urgentes así que bajo mis manos hasta sus piernas y subo acariciando su piel por debajo del vestido. La despojo de sus ropas despacio a pesar de que el deseo de ver de nuevo su desnudez me consume por dentro. Sólo me doy cuenta de que yo ya estoy desnudo cuando siento el calor de la piel de Emily contra mi vientre y sus uñas clavándose en mi espalda. Por primera vez en muchos siglos siento el dolor recorriendo mi cuerpo: el dolor de sentir mi piel rasgada y el sufrimiento de separar mis labios de los de Emily. Pero no puedo mantenerme lejos de su cuerpo durante mucho tiempo. Vuelvo a recorrerlo con los labios y con las manos. Tomo posesión de cada centímetro de su piel tal y como ella me ha pedido. Siento sus gemidos en cada poro de mi piel acrecentando aún más mi deseo.

Siento como se agita un poco debajo de mi cuerpo y un segundo después me encuentro con la espalda pegada al suelo y con Emily cabalgando sobre mí. Ahora es ella la que marca el ritmo. Lo mantiene tan lento que creo que me voy a volver loco. Cambia a cada instante sus caricias, pero siempre un poco más rápido. Por un momento la veo resplandecer y sé que el mundo no existe ya para ella. Puedo sentir en su mente como el placer recorre su cuerpo. Eso desata mi propio placer y siento de primera mano lo que un segundo antes sentía a través de Emily. Nuestras manos se encuentran en ese mundo paralelo donde no hay nada más que nosotros dos y nuestros sentimientos.

Y ahora ¿qué va a pasar? ¿Volverás a tu columna? – pregunta Emily susurrando en mi oído.
Debo hacerlo. ¿Te gustaría quedarte conmigo?
¿Puedo?

Sólo si lo deseas realmente. Emily me mira a los ojos… sé su respuesta.

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